Todo el blog te lo dedico a ti. Tú sabes por qué.
Adiós Mundo de Solos, un paraíso en mi memoria
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Jacaranda de ojos azules
¿Acaso puedo pretender enseñarle algo sobre la vida a la mujer que me la dio? Por supuesto que no, pero puedo intentar alegrarle la tarde mostrándole las jacarandas del paseo del río. Desde cría me han fascinado los árboles y aún sigo disfrutándolos con ojos de niña. Me trasmiten la sensación de seguridad y de permanencia que siempre he necesitado; admiro como consiguen vencer al tiempo con majestuosa serenidad, testigos de todo con su mirada de madera. Las jacarandas del paseo florecen bien entrada la primavera y es un espectáculo que cada año consigue emocionarme y conmoverme. Y, aunque no lo diga, sé que a ella también.
Etiquetas: Reflexionando, Tal la vida, videos
UN DÍA EN LA VIDA DE FLORIÁN MATA
–Los que llamaron el pasado martes, la Asociación de Usuarios de Sanidad en Lista de Espera Más de 3 Años.
– No, no, no sé me ocurriría cambiarle por otra funcionaria. Es alguien de fuera, personal de confianza. Se trata de mi sobrina política. Y no piense mal: la he elegido únicamente porque es la persona más capacitada para el puesto, que sé que los funcionarios son unos malpensados y se ponen en seguida a despotricar sin motivos. Tendrá usted la oportunidad de conocerla el próximo lunes, ya que deberán pasar unos días juntas para explicarle todo lo que necesite. Bueno, se me hace tarde. Por favor, llame al chófer –que será el encargado de llevarle en el coche oficial a la sede del Partido para recoger un modesto sobresueldo para compensar su “sobrededicación” y sus “sobreesfuerzos”– que me recoja en veinte minutos. Reserve una mesa en el New Rich para seis a las tres en punto. La facturación va para gastos de representación (¡faltaba más!).
Etiquetas: Relatos
Etiquetas: Arte
EL HOMBRE TRANQUILO
Incluso los hombres más tranquilos se enamoran. Pero sólo éstos saben esperar. No se dejan llevar por la impaciencia, manejan los tiempos con frialdad y confianza, seducen y aguardan. Cuando John Wayne ve por primera vez a la pelirroja Maureen O´Hara sabe que ella es la mujer. Puede que sea un pensamiento algo ingenuo, pero es que la felicidad siempre tiene cierto componente de ingenuidad y, al fin y al cabo, están en Innisfree. Sí, ella es, no hay duda. Sin embargo, el hombre tranquilo no permitirá que las prisas sean sus consejeras. Todos solemos precipitarnos con ansia hacia aquello que queremos, propulsados por el angustioso pensamiento de que no hacerlo puede significar perderlo irremediablemente. Nunca el miedo dirigirá sus pasos. Se acercará lento y seguro, se colocará frente a ella, la saludará cortésmente..., cogerá con las dos manos un poco de agua bendita de la pila y se la ofrecerá para que se santigüe. Ella, nerviosa y paralizada por lo inesperado, terminará aceptando el ofrecimiento, tras lo cual se marchará precipitadamente con aparente aire ofendido. Qué se habrá creído, dirá para sus adentros la temperamental pelirroja. Su autosuficiencia y su dignidad de mujer le impulsarán a alejarse rápidamente de ese hombre tan impertinente. Pero su gesto (atrevido y confiado) la ha subyugado, tal vez aún no es amor pero sí un comienzo. Algo ha germinado en ella y ahora, mientras se aleja, no puede evitar girar el cuello y mirar de soslayo un par de veces a ese hombre tan insoportablemente seguro de sí mismo. Más tarde, la mujer, ya en su casa e inmersa de nuevo en la rueda de la rutina, pensará repetidamente en el encuentro acontecido. Nunca ha sido una sentimental. Es una mujer de carácter, pragmática, que no suele frecuentar la imaginación. Sin embargo, no logran difuminarse de su memoria aquellos segundos que, sin saberlo aún, cambiarán su vida.
Nada de eso importará porque están en Innisfree.
EL AMOR SI FUERAMOS ETERNOS

Tengo que alejarme, estoy cansada. Gracias a todos por vuestra compañía, fue un verdadero placer..
Estoy asustado, muy asustado, y me pregunto cuándo empecé a creer que tu sitio era éste y no el mar infinito desde donde un día llegaste. Fui tan iluso pensando que porque tus suaves palabras fueran bálsamo para mis heridas, para la vida, ya me pertenecías...
Aprieto los dientes con fuerza, enjuago las lágrimas que empañan tu reflejo, y reúno fuerzas para gritarte: “Gracias Sirena... Gracias por regalarme tu mundo y hacer que ya nunca más pueda volver a sentirme solo...”.
Un abrazo y mucha suerte en tu camino.
Etiquetas: Tal la vida, Vídeo
EL CAMINO DE REGRESO
Y entonces comprendo:
¡Qué paz saber que no me pierdo nada! Sin buscarlo lo encontré. Lo supe de inmediato nada más verlo. Lo reconocí. Sonreí.
Sí, ahora comprendo.
El mismo camino, el mismo paisaje, el mismo regreso, la misma vida.
Conquisté este ínfimo trocito de mundo donde se confunden los años.
El camino aunque me sobrevivirá siempre será mío.
Está claro que amas ese camino y cuando algo se nos impregna de amor ya nunca jamás se podrá dejar, él nos ha domesticado.
Inuits
LA DESNUDEZ DE LA DEBILIDAD
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Hace poco estuve charlando con un familiar que padece esclerosis múltiple. Lógicamente ya habíamos mantenido miles de conversaciones pero ésta era la primera vez que hablábamos de su enfermedad. ¿Cómo puede afrontar una persona saber que padece una enfermedad crónica y degenerativa? Es tremendo. La gente habla del miedo a la muerte, a lo desconocido, al no ser Shakespeariano. Sin embargo, la muerte es un fantasma que habita en la oscuridad del quizás, que no ha sido pervertido por la certidumbre ni lo categórico. La muerte lleva adherida la duda como un estigma. No hay creencia ni fe sin ojos que pueda eliminar completamente la duda. Por el contrario la enfermedad es certeza. Y es terrible.
La enfermedad es dolor y el dolor es un monstruo, capaz de hacerle frente a ese gigante que es la supervivencia. Dolor, muerte, enfermedad, supervivencia… al final la vida se reduce a eso: fantasmas, monstruos y gigantes. Bueno, ya vale. Dejemos esto. Hay miles de poetas de la muerte y del dolor que expresan todo este galimatías tétrico mucho mejor que yo. Hoy me he despertado con complejo de Baudelaire pero ya se me está pasando.
La conversación fue larga, sincera y, como todo lo verdaderamente sincero, no excesivamente profunda: es difícil (supongo) adentrarse en la metafísica de la disfunción eréctil cuando se padece. No jugó a ser Aristóteles, sus palabras no se tiñeron de ese falso romanticismo que a veces lleva aparejado el sufrimiento. El dolor duele, así me lo hizo saber, sin ningún tipo de anestesia dialéctica. La esclerosis es una putada, dijo en una ocasión y pensé que no podían existir en el ámbito descriptivo palabras más certeras. En la enfermedad no hay botella medio llena. Es lo que hay. Como todos lo enfermos, es una persona sana atrapada en el cuerpo de una persona enferma.
Me dijo que en su enfermedad es imposible ocultar tus limitaciones: no puedes mostrarte fuerte ante los demás cuando sufres incontinencia urinaria y debes tener un cuarto de baño siempre a mano. Entonces me dijo una frase, la frase que hoy me ha motivado a escribir: nadie quiere mostrar su debilidad. Creo que es una sentencia incontrovertible, que no deja espacio a la réplica. Aceptemos esto como cierto y juguemos a ser Aristóteles. Formulemos la pregunta que subyace a toda cuestión de raigambre filosófica: ¿Por qué?
Puede que sea porque mostrando nuestra debilidad somos vulnerables, estamos expuestos a que nos dañen; cuando exhibimos a los demás nuestros puntos débiles, les conferimos cierto poder sobre nosotros. Bien. ¿Pero, si esto es así, como nos pueden dañar? Atacando nuestras debilidades, respondería una persona juiciosa. ¿Y porque nos daña que ataquen nuestras debilidades? Ahí está el quid. Cuando eres débil o tienes una debilidad estás en un plano inferior del que no es débil o carece de esa debilidad. Es un reconocimiento silente de nuestra subordinación a una fortaleza que incluso envidiamos. Las relaciones humanas se dibujan en diferentes planos y nunca es agradable mirar hacia arriba. Por eso, mucha gente repudia la compasión. La compasión no significa sólo empatía hacia la persona compadecida: supone también un reconocimiento tácito de superioridad del que compadece. El que compadece está arriba, el compadecido abajo. Y estar abajo es una mierda.
También está la dependencia. No hay debilidad más trágica que la que nos arrebata nuestra independencia, la que borra para siempre la ilusión de control sobre nuestra propia vida.
Acaso nuestra vida se reduce a un juego de fuerzas: respecto a los demás, respecto a nosotros mismos, respecto a todo. Un juego. Y la enfermedad en esta partida lleva siempre las cartas marcadas.
Etiquetas: Tal la vida
LA LÓGICA DEL SENTIMIENTO
Duele el amor.
Duele el dolor.
¿Qué no duele?: Estar muerto.
Como una trascendente revelación súbita, se presentó insolente en mi pensamiento este aforismo. Su irrupción me provocó un acceso de júbilo. En esos momentos me sentía brillante y clarividente, la inspiración no me ha pillado trabajando, me dije. Unos minutos más tarde, tras someter la reflexión a la gelidez analítica, comprendí, desolada, que mi reciente contribución a la filosofía occidental no era más que una frase obvia, de Perogrullo. Lo curioso es que, pese a que soy consciente de su insignificancia ideológica, no paro de repetírmela. Se presentó insolente, pero ahora se encuentra en mi pensamiento como un huésped educado, incluso tímido, que no tiene intención de irse. De vez en cuando levanta la voz y yo le hago los coros susurrando entre dientes: duele el amor… duele el dolor… ¿Qué no duele?: Estar muerto. La cabeza puede decir lo que quiera, mi corazón da un pequeño vuelco cada vez que rememoro esas once palabras, y cada vez que rememoro… Realmente me siento orgullosa de una frase tan obvia y de Perogrullo. La lógica no puede vencer a la lógica del sentimiento.
Lógica y sentimiento… ver esos dos conceptos, orgullosos y pendencieros, juntos me ha hecho recordar una escena cinematográfica… Cada persona vive dos vidas: la que vive y la que recuerda. Ahora voy a hablar de un recuerdo por lo que no puedo atenerme a la literalidad, sé que lo que voy a contar no es preciso. Quien busque exactitud puede recurrir al DVD. Quiero dejar claro que no voy a hablar de una escena sino de mi recuerdo de esa escena. Y recordar es más construir que sustraer.
La película se llama “La balada de Cable Hogue” (Sam Peckinpah) y la escena en cuestión tiene lugar entre el propio Cable Hogue (un espécimen del salvaje oeste: rudo, viril y de principios inquebrantables) y un reverendo de vida disoluta que no duda en utilizar la palabra de Dios para seducir a inocentes féminas. El reverendo dice algo así: “¿Por qué será que por mucho que uno haya viajado, por muchas mujeres que haya conocido, al final aparece una que, sin esperarlo, va y te llega a lo más hondo?”. Cable le pregunta qué se puede hacer. El reverendo entonces le contesta en un tono más descreído y menos bucólico: “Bahhh, no es grave. Creo que se pasa con la muerte”.
Creo que hay mucha sabiduría en las palabras del reverendo. Debería ser una obligación y un derecho encontrar a ese alguien que te llega a lo más hondo. ¿Para qué vivir si no?
Al fin y al cabo, las únicas cosas realmente graves que hay en esta vida son aquellas que no se pasan con la muerte.

Sr. Lúzbel, Madonna nunca ha sido para mí un referente estético y mucho menos espiritual. Entre la frase de la diva y la mía, me quedo con la mía. No es brillante, es de Perogrullo y, con toda seguridad, es pretenciosa. Su sentencia (“Si andas sufriendo porque te dejó un tipo alto y guapo, agénciate otro, más alto y más guapo") es divertida pero, despojada de su sentido del humor, me parece una solemne estupidez; al menos debería de haber matizado empleando la palabra “intentar” y aun así, me sigue pareciendo banal. Para Cable Hogue era imposible reemplazar a esa persona, sencillamente porque para él no existía nadie de más altura y más belleza que aquélla que le llegó a lo más hondo, allá en su remota cabaña de madera.
(Y entiendo que se muestre dispuesto a reemplazar al tipo de la barba, no hay más que ver la expresión de su cara. Si tiene ocasión vea la película, le puede encantar)
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HAZLO POR ELLA
Debe ser terrible levantarte un día y darte cuenta de que no has vivido la vida que querías vivir. Que has llevado, simplemente, una vida equivocada, que todo tu trayecto vital está embadurnado de lo que debió ser y no fue.
Mi amiga vivió siempre para la gente que quería. Abnegada y sacrificada, nunca se cuestionó su felicidad, siempre dejo sus sentimientos en un segundo plano. Ahora está recuperándose de un ICTUS. El otro día, me comentó que nunca nadie le agradeció nada. Ella misma admite que ello se debe a que convirtió el sacrificio en deber. Ahora sueña con cambiar diametralmente, ser un poquito egoísta y pasar de ser secundaria a protagonista de su propia vida. Pero también le aterra no saber cómo hacerlo. Desgraciadamente, la vida viene sin boceto y ella sólo ha vivido una vida. ¿Cómo se puede aprender a vivir otra vida a sus años? ¿Se puede?
Ánimo, amiga, consigas o no lo consigas. Te quiero. Tal vez nunca nadie te agradeció nada, pero yo siempre agradeceré a la vida el darme la oportunidad de haberte conocido.
Desde hace varios años, siempre que pienso en mi amiga una misma escena viene a mi mente. Es una escena que en su momento me gustó aunque no me emocionó, ni siquiera me llamó especialmente la atención. No tenía (ni tiene) porque hacerlo. Se supone que cuando recurres a ellos no esperas obtener lágrimas, encontrar el sentimiento en su paisaje vitriólico. Pero, después de varios visionados, un buen día, sin preverlo, ocurrió. Y ocurrirá toda la vida: ya es imposible ver esas imágenes sin volver a emocionarme. El arte no es patrimonio de la tristeza, el aburrimiento no tiene que ser intrínseco a lo sublime. Muchas veces los destellos más puros anidan en la risa.
Hablo de los Simpsons. No voy a hacer un alegato sobre la celebérrima serie (¿qué puedo decir yo que no se haya dicho ya?), no voy a loar sus virtudes, ni nada por el estilo. Sólo quiero describir una escena que me emocionó y (después de mucho tiempo sin hacerlo) me arrancó la lágrima. Una escena que me emocionará siempre y tal vez me hará llorar alguna vez más. Porque sé de lo que habla. Porque es un sentimiento universal:
Todos los Simpsons se encuentran en el salón viendo fotos familiares. Bart (el primogénito) se extraña de que entre todas ellas no haya ninguna de Maggie (la hija pequeña, un bebe de apenas un año). Los padres le dicen a su hijo que eso tiene una explicación. Entonces Homer (¿hace falta presentación?) se lanza a relatarles una historia: Estamos en los años ochenta. Son tiempos felices para el matrimonio Simpson: tienen dos hijos (Bart y Lisa), económicamente están asentados, etc. Tanto es así, que Homer decide dejar su esclavizante trabajo en la central nuclear para cumplir el sueño laboral de su vida: Trabajar en la bolera del pueblo (jeje). Por supuesto, tratándose de Homer, alguien que nunca ha simpatizado con las medias tintas, su despedida del trabajo no va a ser muy discreta: coge a su jefe y lo pasea por toda la central con un carrito dándole golpecitos en la cabeza a modo de tambor, ante la risa de todos sus compañeros, para finalmente arrojarlo bruscamente cuando llega al final del trayecto. Es lo que podría llamarse “un punto sin retorno”. Pues bien, el idílico trabajo en la bolera resulta ser tan idílico como se imaginaba: Todo el mundo le aprecia, adora lo que hace. Llega a confesar que nunca ha sido tan feliz en su vida. Entonces ocurre algo que lo va a trastocar todo: Marge se queda embarazada. Suceso que intenta ocultar a su marido, viendo lo feliz que es con su nueva vida. Sin embargo, como es lógico, acaba enterándose. Homer se desmorona. Sabe que con su sueldo de la bolera no va a poder alimentar otra boca más. Sólo le queda una dramática opción: dejar su trabajo de ensueño e intentar suplicar a su antiguo jefe que le devuelva su puesto. Aparecen nubes en el cielo, llueve, es el fin de un sueño. El jefe, contra pronóstico, lo readmite, pero con una condición: en la pared que hay delante de su mesa de trabajo hace instalar un cártel gigante en el que pone con letras bien grandes: “Don´t forget: You´re here forever” (No lo olvide: está aquí para siempre). Obviamente lo hace para mortificarlo, para acabar con todas las esperanzas y sueños de Homer. Éste se siente muy abatido. Tras ello y unas cuantas peripecias más, nace su hija. El desdichado papá va al hospital a verla. Ella está en los brazos de su madre y, cuando ve a su padre, sonríe. Homer también termina por sonreírle. Y con esta imagen termina el relato a sus hijos.
Bart le dice que la historia está muy bien pero que aún no les ha dicho donde están las fotos de su hermana pequeña. Homer le contesta que están en el mejor sitio donde pueden estar. Empieza a sonar una música melancólica. Entonces acontece una de las mejores escenas de la historia del cine (aunque fuese en una serie de dibujos de televisión): La cámara hace una panorámica del lugar de trabajo de Homer, se acerca y se detiene en el mortificante cártel que ahora, descubrimos, se encuentra lleno de fotos de su hija pequeña, tapando varias letras. Entonces en donde antes ponía “Don´t forget: You´re Here forever” ahora podemos leer: “Do it for her” (Hazlo por ella)
Es una de esas escenas que quedan detenidas en el tiempo, flotando en la mente, en definitiva, una escena inmortal para quien la hace suya. Cumpliré años, envejeceré y seguiré el discurrir inevitable de la existencia, pero siempre esbozaré una sonrisa cuando recuerde que Homer está suspendido en el tiempo sentado en su escritorio trabajando en algo que odia...
Y que lo hace por ella.
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Etiquetas: Tal la vida
ME EMOCIONA/NO ME EMOCIONA

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Me emocionan los que son fuertes pese a sus debilidades/ No me emocionan los que son débiles pese a su fortaleza
Me emocionan aquellos que sacrifican la felicidad por un principio / No me emocionan aquellos que sacrifican todo por la felicidad
Me emocionan los pequeños triunfos individuales / No me emocionan las grandes gestas sociales
Me emocionan los amores apasionados / No me emocionan las pasiones amorosas
Me emocionan los besos sinceros / No me emocionan los abrazos rutinarios
Me emocionan aquellos que están solos porque quieren / No me emocionan aquellos que están solos porque deben
Me emocionan aquellos que anteponen su orgullo / No me emocionan aquellos que se desprecian
Me emocionan los silencios que hablan / No me emocionan las palabras que callan
Me emocionan los que sufren / No me emocionan los que lloran
Me emociona el olvido / No me emociona el perdón
Me emocionan los recuerdos / No me emocionan los reencuentros
Me emociona el presente / No me emocionan los planes de futuro
Me emocionan las noches en soledad / No me emocionan los días en compañía
Me emociona una risa franca / No me emocionan las lágrimas sistemáticas
Me emocionan los que miran / No me emocionan los que ven
Me emocionan los que guiñan / No me emocionan los que abren sus ojos de par en par
Me emocionan los que fracasan en el intento / No me emocionan los que fracasan no intentándolo
Me emocionan los que saben escuchar / No me emocionan los que no saben callar
Me emocionan los que son fieles a sí mismos / No me emocionan los que son fieles a los demás
Me emocionas tú / No me emocionan ellos
Etiquetas: Frases
LA FRASE MÁS TRISTE
Dice el epitafio del escritor ruso Gogol: “Os reiréis de mis tristes palabras”.
Pensé y pienso en la frase.
Confieso que no conocía su existencia. Fue leerla y guardarla, sin más liturgia, en el desván de las frases que no se olvidan. Le hice un hueco entre “Vive y deja vivir” y “¡Al alba venceré!” Ya sé que parece un poco caótico, pero no crean, tengo un cajón reservado únicamente a Oscar Wilde y otro a Woody Allen. Lo cierto es que cada vez queda menos sitio, no obstante siempre se puede hacer un pequeño espacio. Triste, muy triste, será el día que piense que no hay nuevas frases que me puedan llegar al corazón: eso significaría que tengo un alma muerta.
Muchas frases habitan el desván. La de Gogol es la más triste de todas.
Fue leerla y empezar a buscar compulsivamente información en Internet sobre ella. Pude leer diferentes traducciones que poseen la misma carga semántica (ej: se reirán de mis amargas palabras). Pude leer que era una leyenda urbana, una de tantas que circulan sobre epitafios. Me da igual. Que no esté inscrita en una lápida no le resta un ápice de verdad.
Seis palabras que encierran toda la tristeza del mundo, en las que palpita la resignación ante el tiempo. El tiempo todo lo frivoliza, convierte lo sacro en anecdótico, lo solemne en inofensivo. Una tragedia como el holocausto Nazi, que nunca se podrá someter a la asimilación, ya ha sucumbido al tiempo: en estos años que corren, situados a una distancia prudencial de aquella catástrofe humana, no es raro oír bromas sobre Hitler. Aún más cercano tenemos lo de las torres gemelas y, a pesar de ello, ya hay cientos de chistes circulando sobre el 11 de septiembre. Muchas de las grandes desgracias de la historia de la humanidad somos incapaces de mirarlas con ojos sentimentales porque las llamamos historia.
No importa su magnitud: ningún sufrimiento está a salvo. Por culpa del tiempo ningún sufrimiento es sagrado.
Y ahí está la sabiduría de Gogol:
Sabía que el dolor de una persona para esa persona es un mundo pero para el mundo no significa nada.
Sabía que sus tristes palabras son el testamento de su tristeza pero que las cosas que un día no importarán (como ese testamento) tampoco importan ahora y por tanto nada verdaderamente importa.
El dolor de una persona en el mundo, el dolor de una persona en el tiempo. Ceniza en el agua
Pensé y pienso en la frase porque me siento feliz. Es algo que me ha ocurrido siempre: me encanta pensar en cosas tristes cuando me siento feliz y viceversa. Pienso que sólo así se pueden valorar con perspectiva.
La próxima vez que me sienta triste procurare pensar en algo alegre, recordar algo divertido e intentaré con todas mis fuerzas reírme. Sí: reírme…
A ser posible de mi propia tristeza.
EN BUSCA DEL ANCIANO PERDIDO

Estimado anónimo:
No me ruborizo al confesarle que no entiendo lo que quiere decirme. No le entiendo pero no va desencaminado. Es cierto que babeo por un anciano, llevo años haciéndolo. Tal es mi amor que hace poco me decidí a dar el gran paso. Me tomé unos días de vacaciones, dejé todo en orden en mis páramos domésticos y emprendí su búsqueda. Una notable distancia nos separaba. Nada que no pueda arreglar un par de aviones.
Varías horas después de embarcarme en mi particular aventura, me encontré en el país inmenso de ese anciano inmenso. Mis fantasías y mis ensoñaciones siempre habían cubierto a San Petersburgo con un manto blanco, con la intimidante y bella estética que confiere la nieve al tejido urbano. No fue el caso (septiembre al fin y al cabo), incluso el cielo me recibió insolentemente despejado. Pero San Petersburgo no necesita ninguna vestidura nívea, porque la verdadera belleza sólo se puede apreciar en la desnudez y San Petersburgo es bello desnudo.
Me sentí cerca del anciano. Tan lejos y tan cerca. Podía luchar contra la distancia (y de hecho lo hice) pero no podía luchar contra la autoritaria distancia del tiempo. El anciano que buscaba murió hace dos siglos. Se llamaba Fiodor Dostoievski. Y estuve allí por él
Toda búsqueda imposible tiene algo de patético y algo de conmovedor. El sutil romanticismo de la derrota sin remedio.
Pero mi búsqueda no era imposible, encontré al anciano. Lo encontré en cada canal, que mi mente automáticamente imaginaba helado. Lo encontré en los puentes. En los fastuosos palacios.
Sí, estaba allí por ese anciano. Porque necesitaba caminar por las mismas calles que transitó (y aún transita) Raskolnikoff en compañía de su culpa y sus recuerdos. Porque, simplemente, él inoculó en mí el hechizo Ruso.
Después vino Moscú, pero eso es otra historia o quizás no. Rusia es como sus mujeres: tremendamente bella pero con un aura inaccesible, impenetrable. Rusia también es seductora pero distante, lo que hace que no puedas entregarte a ella sin reservas. Siempre se encarga de mantener las distancias contigo. Creo que sólo los rusos pueden comprender de verdad a Rusia. Los demás sólo podemos mirar… que no es poco.
Ese anciano comprendía muy bien a Rusia. Y comprendía muy bien a las personas. Su pluma era un escalpelo que diseccionaba el alma humana.
Quizás yo no encontré a Dostoievski y mi búsqueda fue imposible.
Pero él siempre me encuentra a mí:
Cada vez que abro un libro suyo.
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