LA DESNUDEZ DE LA DEBILIDAD

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A "Él", siempre fuerte en la debilidad
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Hace poco estuve charlando con un familiar que padece esclerosis múltiple. Lógicamente ya habíamos mantenido miles de conversaciones pero ésta era la primera vez que hablábamos de su enfermedad. ¿Cómo puede afrontar una persona saber que padece una enfermedad crónica y degenerativa? Es tremendo. La gente habla del miedo a la muerte, a lo desconocido, al no ser Shakespeariano. Sin embargo, la muerte es un fantasma que habita en la oscuridad del quizás, que no ha sido pervertido por la certidumbre ni lo categórico. La muerte lleva adherida la duda como un estigma. No hay creencia ni fe sin ojos que pueda eliminar completamente la duda. Por el contrario la enfermedad es certeza. Y es terrible.

La enfermedad es dolor y el dolor es un monstruo, capaz de hacerle frente a ese gigante que es la supervivencia. Dolor, muerte, enfermedad, supervivencia… al final la vida se reduce a eso: fantasmas, monstruos y gigantes. Bueno, ya vale. Dejemos esto. Hay miles de poetas de la muerte y del dolor que expresan todo este galimatías tétrico mucho mejor que yo. Hoy me he despertado con complejo de Baudelaire pero ya se me está pasando.

La conversación fue larga, sincera y, como todo lo verdaderamente sincero, no excesivamente profunda: es difícil (supongo) adentrarse en la metafísica de la disfunción eréctil cuando se padece. No jugó a ser Aristóteles, sus palabras no se tiñeron de ese falso romanticismo que a veces lleva aparejado el sufrimiento. El dolor duele, así me lo hizo saber, sin ningún tipo de anestesia dialéctica. La esclerosis es una putada, dijo en una ocasión y pensé que no podían existir en el ámbito descriptivo palabras más certeras. En la enfermedad no hay botella medio llena. Es lo que hay. Como todos lo enfermos, es una persona sana atrapada en el cuerpo de una persona enferma.

Me dijo que en su enfermedad es imposible ocultar tus limitaciones: no puedes mostrarte fuerte ante los demás cuando sufres incontinencia urinaria y debes tener un cuarto de baño siempre a mano. Entonces me dijo una frase, la frase que hoy me ha motivado a escribir: nadie quiere mostrar su debilidad. Creo que es una sentencia incontrovertible, que no deja espacio a la réplica. Aceptemos esto como cierto y juguemos a ser Aristóteles. Formulemos la pregunta que subyace a toda cuestión de raigambre filosófica: ¿Por qué?

Puede que sea porque mostrando nuestra debilidad somos vulnerables, estamos expuestos a que nos dañen; cuando exhibimos a los demás nuestros puntos débiles, les conferimos cierto poder sobre nosotros. Bien. ¿Pero, si esto es así, como nos pueden dañar? Atacando nuestras debilidades, respondería una persona juiciosa. ¿Y porque nos daña que ataquen nuestras debilidades? Ahí está el quid. Cuando eres débil o tienes una debilidad estás en un plano inferior del que no es débil o carece de esa debilidad. Es un reconocimiento silente de nuestra subordinación a una fortaleza que incluso envidiamos. Las relaciones humanas se dibujan en diferentes planos y nunca es agradable mirar hacia arriba. Por eso, mucha gente repudia la compasión. La compasión no significa sólo empatía hacia la persona compadecida: supone también un reconocimiento tácito de superioridad del que compadece. El que compadece está arriba, el compadecido abajo. Y estar abajo es una mierda.

También está la dependencia. No hay debilidad más trágica que la que nos arrebata nuestra independencia, la que borra para siempre la ilusión de control sobre nuestra propia vida.

Acaso nuestra vida se reduce a un juego de fuerzas: respecto a los demás, respecto a nosotros mismos, respecto a todo. Un juego. Y la enfermedad en esta partida lleva siempre las cartas marcadas.

26 comentarios:

  1. Un estupendo análisis, aunque sombrío, pleno de claridad mental. Acuerdo con Ud. completamente en esta entrada; en cada punto,, y sobre todo en la conclusión final: todo se reduce a una confrontación de fuerzas, en la que que hay quien piensa que está asistido por arquitectos supremos, creadores o guías espirituales, y quien tiene la triste certeza de estar más sólo que Adán en su despedida de soltero.
    No es que lleve las cartas marcadas la enfermedad, sino que es el crupier de esta partida, y la banca al mismo tiempo; sabe que al final de la noche ganará, y no le importa que ganemos alguna mano cada tanto.
    La gracia está en jugar con garbo.

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  2. Querida Sirena, el título me atrapó inmediatamente y el contenido me desconcertó totalmente.

    Todas los estados y posiciones humanas tienen diversas miradas y muy variadas comprensiones, intentaré acercarme a otra distinta a la que has planteado.

    Las enfermedades, cualquiera de ellas y unas más que otras, son un golpe bajo para la mayoría de las personas, más cuando se es consciente y el pensamiento razona en plenitud… la vieja respuesta de que la muerte es la puerta que todos los nacidos hemos de cruzar o el final hacia el que todos caminamos, es una argucia que siempre vemos en un horizonte lejano, excepto los que saben o conocen su propia fecha de caducidad. Hay “saberes” propios que mejor no conocerlos nunca, ya sea la muerte o sucesos que nos han de acontecer, el miedo que causa su conocimiento ha de ser horrible y terrible para quien le atañe, y los que lo saben o conocen, también responden a este hecho de forma distinta y quizás inesperada para los demás. Ante la debilidad, la pobreza, la incapacidad de saber y ver más allá de ese umbral de la existencia física, muchos se agarran al misterio de ese algo más que nos aguarda, de esa otra realidad que las creencias, algunas filosofías y ciertas religiones nos apuntan… es un derecho y una convicción a la que todos tenemos la oportunidad de acercarnos y la libertad de escoger.

    En cuanto a las debilidades sucede algo parecido, hay debilidades físicas difíciles e incluso casi imposibles de aceptar, las llevamos a cuesta como una herida siempre sangrante. Hay otras debilidades que son propias, enraizadas desde siempre a nuestra natural forma de ser que creo que la mejor forma de “librarnos” de ellas es precisamente aceptándolas; aceptar nuestras carencias, nuestras faltas, nuestros errores es darles un cierto pasaporte al olvido o al menos de alejarlas de nuestras cavilaciones.

    El ser humano tiene o tenemos unas capacidades insospechadas y a veces (la mayoría) solo las descubrimos cuando estamos inmersos en ellas, es un peso demasiado elevado e incluso injusto arrastrar nuestras deficiencias y nuestras carencias durante todo el trayecto si en su medida podemos obviarlas.

    un oleaje de abrazos y brisa de besos, amiga Sirena… siempre es un placer bañarme en tus mares

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  3. Hace unos años, volvía a casa paseando cuando me encontré con una pequeñaja sudamericana de rasgos indígenas intentando infructuosamente pasar la silla de ruedas que conducía por el vano de un portal. Me molestó su expresión de incomodidad o, más exactamente, que pareciese dirigida hacia la pasajera.

    Me acerqué y le dije, “ya lo hago yo”. Fueron unos segundos extraños y embriagadores. La silla portaba a una mujer -tendría unos cuarenta y tantos años- tremendamente bonita, sobre todo gestualmente. Me sonrió agradeciendo mi ofrecimiento, y en el breve trayecto hasta el ascensor, pareció orgullosa de haber llamado mi atención. “Espera”, me dijo ante mi ademán, y sacó del bolso un tríptico que me entregó mirándome directamente a los ojos, “toma, para que sepas qué es lo que me pasa”.

    Joder, vale que hablo solo, que soy peliculero y que, sirva como ejemplo, cuando voy a hacer la compra semanal, me autosugestiono para vivirlo como un neardental lanza en ristre, pero, en esa ocasión, si viví una película, no fue la mía. Fui seducido por una tía que se sentía atractiva.

    Guardo el tríptico en casa. De vez en cuando me acuerdo de ella. Tenía (¿tiene?) ELA.

    Beso.

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  4. La muerte es de lo poco que, contaminando la vida que quita, en sí es inocua en su esencia, no miente ni da razones de operatividad para salirse con la suya. Es la tajante frontera de acabar diametralmente con todo sin sujeciones de ninguna clase con ningún género: todo lo cifra a lo inesperado del salto al vacío. Detrás de ella está la placidez de no tener que volver a ser uno ni a pasar por lo que se pasa en el peso estrábico de la vida. Todo zanjado sin remisión de causa que no hace falta. Nada se precisa una vez cruzado el umbral de su cuello de botella… Así es la vida, que no la altiva muerte que nos anida. Un abrazo, K

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  5. Siempre me parece heroico como un enfermo lidia inevitablemente con la soledad de su enfermedad. Podemos estar a su lado, mostrar toda nuestra fuerza queriendo transmitírsela. Escucharle, acompañarle, animarle, tratar de ponernos en su lugar, pero es inútil. Nos es imposible entrar en la intimidad de esa pareja que forman ellos dos. El enfermo y su mal. ¿Que conversaciones tienen?, ¿como se soportan?, ¿quien manda?...

    Podremos tratar de comprender lo que ocurre tras la paredes de un hogar que no es el nuestro. Nos lo puede relatar uno de los dos, o ambos. Pero, ¿cual es la verdad?, que ocurre allí dentro?. Sólo aquellos que yacen juntos saben como viven su unión.

    No nos engañemos, el sentimiento del enfermo es algo íntimo, como la misma muerte. Se vive individualmente, aunque estés rodeado de gente, aunque te arropen. Y lo sabemos. Por eso les admiramos, por eso nos conmueve la entereza del enfermo que, sabiendo que solo él intima con su enfermedad, más allá de mostrarse débil, exprime su fortaleza.

    Simbad

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  6. La enfermedad es castradora en sí misma. Acaba con los sentimientos de prepotencia y, efectivamente, hace conectar con la despendencia, las debilidades y la necesidad del otro. Pero, como en el caso de tu familiar, Sirena, la enfermedad no puede con la dignidad aunque la enfermedad sea indigna y te deteriore profundamente.
    La enfermedad hace que enfermo y cuidadores se enfrente a la muerte, a la finitud y al dolor. Pero creo que perder la fuerza, sentirse vulnerable o percibir las debilidades no es del todo aniquilador.El amor de los que te aman se acrecienta (no siempre es compasión) y el valor de las pequeñas cosas se hace muy patente.

    Desde luego, perder el control de la propia vida es absolutamente terrible.

    Las personas sensibles (como tú) que no sólo captan el dolor de los demás sino que se atreven a enfrentarlo, a hablarlo y a sentirlo, tienen el don de, a la vez, poder gozar infinitamente de la vida. Cuando estamos sanos no valoramos para nada la situación; craso error. Para disfrutar de la vida hay que conocer el dolor, hay que aceptar la castración y la muerte.
    Un beso

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  7. Uf, Sirena. Leyéndote pensé enseguida en la compasión. No nos gusta que nos compadezcan. Y ahí está, en tu texto, bien claro que lo señalas.

    La enfermedad y el dolor, la debilidad... la vida es sobrevivir y superar la dificultad. Cuando sabemos que ya no podemos...

    Un abrazo

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  8. Cuando tratamos de comprender la situación que describes, la impotencia y el dolor, ese que bien defines, no nos deja ver más.
    Con permiso, me gustaría plantear lo siguiente: Cuando sabeis el posible final, o el sufrimiento de un camino que no has elegido, si no que ha sido encontrado, no se os quita un peso de encima? - con respeto.
    Las preguntas incomodas sobre "el final", nuestro "final" nos persigue toda la vida. Yo asimilo mi enfermedad día a día, y tan solo es vivir.
    Vivir tambien duele. y el saber un desenlace, libera parte de la incognita, pero tenemos que seguir resolviendonos.
    Por eso, quizas, los que somos sensibles, intentamos compartir la situación del que ya sabe su posible final, pero a lo que voy, el final lo tenemos todos, disfrutemos, en la medida que nos permita nuestra "enfermedad" del camino. Da igual como le hagamos, caminemos.

    cuidense, mucho.

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  9. Y a veces encontramos fuerzas (donde no hay) y le plantamos cara a la vida, a los demás, o a nosotros mismos. Y nos levantamos para no estar abajo. Sea en la enfermedad, en la pareja, o en la soledad. Pero sólo a veces. Incluso en ocasiones, tan solo por un instante. Pero sienta tan bien.

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  10. Coco, tienes razón, a veces... en ocasiones... por un instante. El instante puede llegar a ser todo:

    “El tiempo sólo puede anularse viviendo el instante íntegramente, abandonándose a sus encantos (…) Dichosos los que pueden vivir en el instante, sentir el presente constantemente, atentos únicamente a la beatitud del momento y el arrobamiento que procura la presencia íntegra de las cosas...Y el amor ¿No alcanza lo absoluto del instante? ¿No sobrepasa la temporalidad? Quienes no aman con un abandono espontáneo son frenados por su tristeza y su angustia, pero también por su incapacidad de superar la temporalidad ¿No ha llegado ya la hora de declararle la guerra al tiempo, nuestro enemigo común?” (Ciorán)

    Muchos besos, Coco

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  11. Me aterra todo eso. Y admiro el coraje y la valentía. Soy una cobarde. Adoro la gente como tú, amor.

    Beso!

    L.

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  12. Aunque en este caso en concreto se habla de esclerosis múltiple, la respuesta del ser humano es semejante en multitud de ocasiones a lo largo de nuestra vida. Como bien dices a nadie le gusta mostrar a los demás su sufrimiento, sus contratiempos o sus limitaciones, posiblemente debido a tal vez a un exceso de orgullo o de dignidad.
    Particularmente para mí no es nada ocultable tales situaciones, ni me da temor el provocar pena en los otros. Siempre procuro mostrarme tal como soy y como siento en todo momento, tanto en las adversidades como en el regocijo...aunque tengo que reconocer que la mayoría de las veces el resultado ha sido negativo.
    ¿Es entonces que al ser humano en ocasiones le satisface el mal ajeno?

    Un abrazo

    pd: me cuesta trabajo seguirte, tu blog no se actualiza en mi lista de favoritos.

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  13. No me deseo una esclerosis múltiple, ni ELA, ni cáncer, ni siquiera una mala vejez... Si me tocara alguna de ellas (perdón, mal formulado), cuando me toque alguna de ellas espero saber responder con estoica aceptación. Y combatirlo física y psíquicamente en la medida de mis posibilidades y de mis prioridades. No dejará de ser una putada. Sin duda. Ya me lo parece mi propio estado y simplemente me encuentro 'anquilosado' (muy anquilosado, hasta el dolor, eso sí), como un adolescente en el cuerpo de un anciano de cuarenta años... disfrutando de lo que se puede en cuanto se puede.
    Un saludo, serena.

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  14. Nadie quiere mostrar su debilidad porque en realidad no confiamos en nadie. Si no hubiese la maldad que hay en el ser humano ante los demás, no nos importaría mostrarla. Mostrar nuestra debilidad supone dar la llave de nuestro vulnerable interior. Lo que ocurre es que sabemos inconscientemente, que únicamente dando esa llave, pueden llegar a la única parte de nosotros que es capaz de hacernos verdaderamente felices.
    Lo malo es, y es lo que intentamos evitar, que esa llave llegue a manos de alguien no merecedor de ella, o que alguien nos la arrebate sin nuestro permiso. La enfermedad, lo hace, nos roba esa llave mostrando nuestras debilidades sin piedad alguna. La enfermedad juega con trampas, lleva las cartas marcadas. Pero si somos conscientes de ello y sabemos con seguridad que tenemos la partida perdida, lo único que podemos hacer es, exprimir la partida de la vida y si fuese posible, saborear aunque sólo nos quede una sola gota, aunque sólo quede un segundo de relativa calma, aunque sólo nos quede una sola carta. Saber disfrutar por ejemplo, de la visita de alguien como tú. Alguien que con su presencia nos haga olvidar aunque sea por una milésima de tiempo. Qué estamos jugando una partida con el final perdido y nos haga soñar que tal vez, sea la última partida, pero sólo… en esta mesa. Tal vez existan, otras mesas, otras partidas y otras personas… como tú. Nunca deberíamos de esconder nuestras debilidades, porque es la única manera de ser… realmente fuertes.

    Un placer leer, una reflexión del modo como la has expuesto y un placer saber; qué existen personas merecedoras de nuestra llave.

    Un saludo

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  15. Es triste ese caso... Por eso hay que amar la vida a cada momento y disfrutarla mientras se pueda.

    Gracias por compartir.

    Un fuerte abrazo.

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  16. Mi mejor amigo en estos momentos padece esa terrible enfermedad. Lo conocí aquí, en esta residencia en descomposición. Lo digo así, porque a mi amigo lo hann echado de aquí y ahora se encuentra en otra residencia en Oviedo.
    Pero no hablaré de esa catástrofe. Desde que estoy aquí me he familiarizado con esa enfermedad que padece el sector mayoritario de esta residencia. Se de su variedad, que no hay dos enfermos iguales, que cada caso es único, que es degenerativa, que quien la padece sabe (mientras sus facultades mentales permanezcan inalteradas) que está condenado a un progresivo deterioro general cuyo punto final no es otro que la muerte.
    Me pareceadmirables estos enfermos que se enfrentan con valentía a su progresiva extinción. Si como mi amigo, mantienen la lucidez, esta consciencia de su final, les hace aún más terrible la vida pero, al fin y al cabo, no hay una diferencia esencial con los "sanos": el acecho de la muerte y la enfermedad siempre domina y da sentido a la vida.
    Esto te lo dice alguien que, sin padecer esclerosis múltiple, también se considera un "diferente" y, desde ese punto de vista, en cierto sentido, un privilegiado, a pesar de todos los inmensos problemas que conlleva nuestra condición.

    un beso, Sirena

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  17. Feliz día de la belleza, mujer…

    Un fuerte abrazo.

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  18. No calles, te quiero escuchar.

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  19. Me gusta mucho cómo has planteado esto. Son las preguntas eternas sin respuesta, o por lo menos, sin una respuesta que valga para todos.
    Supongo que está en nuestro instinto ocultar nuestras debilidades. Será un mecanismo de defensa. A veces quisiera ir un paso más allá y reconocer ante todos mis debilidades, pero a la hora de la verdad, cuando me atacan, me deprimo. Soy fácil de vencer, porque mi vulnerabilidad es latente. Entonces, si estoy con desconocidos, la escondo. Me escondo.

    La enfermedad es una putada. La Naturaleza es así. Nos puede tocar a todos. A mí tampoco me gusta la compasión por compasión sin más. Si doy --que me gusta-- he de percibir el agrado de quien recibe y su disposición a devolver. Lo demás, es verdad, parece un mirar por encima del hombro. Además, lo que vale para uno mismo, no vale para los demás.

    UN abrazo
    Chuff!!

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  20. Inmejorable su análisis. Ha sabido encontrar todos los adjetivos imprescindibles para perfilar debidamente la situación que nos refleja. Y es que, está claro, la enfermedad tiene sus propios perfiles y genera en quien la sufre un estado global muy determinado. Uno deja de ser uno y se convierte en otra persona, a veces – incluso - en otra cosa. Uno ya sólo es un enfermo, con sus manías, limitaciones, aprensiones, angustias; con ese sin fin de estados cambiantes y todos inducidos e involuntarios. Ya casi nada es igual. Incluso el tiempo carece de consistencia y pasa, cuando pasa, a otro ritmo. Las preocupaciones son otras, los intereses muy distintos, casi todo depende de la intensidad del dolor o de la angustia o del miedo que conlleve en mayor o menos medida.
    La enfermedad nos convierte en otros muy distintos a los que fuimos, y además transforma a quienes nos rodean en otros que tampoco son ellos.
    La enfermedad es otra cosa.
    ¿Mostrar nuestras debilidades? ¿Mostrarlas en situaciones normales y sin agentes externos que nos induzcan inexorablemente a hacerlo? Ahí sí creo que radica el problema.
    Sí, la enfermedad es otra cosa, y si tengo que sobreponerme a cada instante a ella seguramente me obligará antes o después a centrarme en lo que de verdad merece la pena. En intentar paliar mi sufrimiento. En encontrar las agarraderas necesarias para seguir adelante. En mantener un equilibrio dentro de mi propio mundo, que ya no es ni de lejos el mundo de todos los demás y ni tan siquiera el mundo que me perteneció y del que dependía hasta entonces.
    No me asusta mostrar mis debilidades cuando lo que me acucia es mi propia enfermedad, el dolor aniquilante, la limitación cierta e imposible de disimular. Lo que me asusta es mostrar mis debilidades en un mundo de iguales, en situaciones parejas, ante realidades comunes dentro de lo que consideramos la normalidad de los acontecimientos.
    Sí, ahí sí temo mostrar mi naturaleza temblequeante, emotiva, sensitiva, impresionable. Ahí me da miedo dejarme llevar por los acontecimientos desprovista de toda armadura y, quizás, no tanto por subordinación o dependencia hacia terceros, - que no me importaría si tal subordinación naciera de hechos ciertos y libremente consentidos, - sino por algo más inconsistente y trivial como pudiera ser perder la propia autoestima, la sensación de seguridad, de consistencia; ver deteriorada por mi propios ojos, tal vez los de la imaginación autocrítica, esa imagen exterior que me costó tanto esfuerzo forjar. A lo peor en mi caso no soy tan dependiente de los demás con pudiera creer, sino de mi misma, de mi propio juicio, del rubor que, adivino, pudiera sentir no por verme como soy, sino por no verme como quisiera que me vieran los demás.
    Difícil explicarlo, ya lo sé.

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  21. Nadie quiere mostrar su debilidad

    para no despertar compasión. Diría yo...

    Un abrazo, Sirena

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  22. Hola preciosa.

    Hermoso texto sobre la fortaleza del ser humano, a veces no tan fuerte como desearíamos.

    Gracias por tu visita a mi rincón, estamos un poco desconectadas, pero no olvidadas.

    Me gusta que te guste lo que escribo.

    Un beso muy fuerte.

    María.

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  23. La muerte es algo tan necesario como asumible.
    Una enfermedad irremediable y degenerativa que nos sitúe en una debilidad patente y nos lleve dolorosamente hasta el final, no.
    Lo único que nos cabe es aceptar lo irremediable y encomendarnos a una justa ley de dependencia que nos conceda por ley algo que no necesitemos mendigar.

    Besos, amiga.

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  24. "No hay debilidad más trágica que la que nos arrebata nuestra independencia, la que borra para siempre la ilusión de control sobre nuestra propia vida"

    En tu magnífica frase, una fruslería (que nunca lo es, sólo lo enmascara), acaba de forma "trágica" nada menos que con lo que arrebata la vida (causa-efecto); y lo que "borra" en consecuencia para siempre la ilusión de estar controlando nuestra vida (lo que prende), no pueda ser más que la pasajera inconsciencia que timonea otro sesgo más verdadero. Todo pudiera ser.

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  25. Algunos, incluso muchos, al fin y al cabo la singularidad es tan solo una bella quimera, vemos a la muerte, en cuanto que liberación, mucho más asumible que la enfermedad, sobre todo en según que casos.

    Pero cuando son los enfermos los que hablan, ves como los caminos de la dignidad son inescrutables, por más tozuda que resulte la realidad (que lo es).

    Pero aún así, hay almas que saben encontrar el camino para declararle la guerra al tiempo y convertir la putada del dolor o de la dependencia en sensibilidad extra para abandonarse al placer del momento.

    Vuestra conversación es una buena prueba de ello.

    Abrazos Sirenita.
    El tiempo sólo puede anularse viviendo el instante íntegramente, abandonándose a sus encantos (…) Dichosos los que pueden vivir en el instante, sentir el presente constantemente, atentos únicamente a la beatitud del momento y el arrobamiento que procura la presencia íntegra de las cosas...Y el amor ¿No alcanza lo absoluto del instante? ¿No sobrepasa la temporalidad? Quienes no aman con un abandono espontáneo son frenados por su tristeza y su angustia, pero también por su incapacidad de superar la temporalidad ¿No ha llegado ya la hora de declararle la guerra al tiempo, nuestro enemigo común?” (Ciorán

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