(Cada vez que pronuncio la palabra “loco” –proscrita en cualquier manual de estilo- , al igual que la palabra “viejo”, lo hago con el mayor de los respetos. No me gustan los eufemismos y creo que han hecho mucho daño al lenguaje, solapando o sustituyendo términos dignos cuyo sesgo peyorativo proviene más del tono con el que se han venido pronunciando, que de su verdadero significado. Sirva, pues, este preámbulo para aclarar el tono en el que emplearé el término loco.)
Un loco escribió una carta al director que, contra todo pronóstico, fue publicada en un diario local. Me consta que, pese a ello, pasó inadvertida, pero no más ni menos que las cientos de cartas de los lectores que aparecen diariamente en los periódicos de provincias. Además de publicarse la mayoría de las veces incompletas o sesgadas, las cartas al director no interesan a nadie. Simplemente se publican y nada más.
Pero para mi esta carta no pasó desapercibida. Se trata de una de las declaraciones más reveladoras e interesantes que he leído nunca. El texto narraba concisamente una sencilla historia: la de una chica que ingresaba en la planta de Psiquiatría de un Hospital, y describía el panorama que encontró allí. Finalmente ella y el autor de la carta se enamoraban.
Lo lógico sería transcribir aquí textualmente la carta –pues mejor que el protagonista no puede contarlo nadie- pero cuando quise hacerlo, por más que busqué en montones de periódicos atrasados, no apareció. Es como si se hubiera evaporado. Pero sé que lo leí. Aunque podría haberlo soñado, lo leí. Afirmaba que el amor no se aloja ni se siente en el corazón. Su asiento y su latido se hallan en el cerebro. Sabía de lo que hablaba y quería pregonarlo a los cuatro vientos. Había algo de rabia, de perplejidad y sobre todo mucha decepción. Se percibía un desencanto similar al de un niño que descubre por sí solo el engaño de los Reyes Magos.
Había recibido unas sesiones de electroshock. (En contra de lo que la gente pueda pensar –esto lo añado yo- este tratamiento se utiliza en la actualidad como última alternativa a otras terapias menos agresivas, pero ineficaces, para paliar graves trastornos mentales, ya sean depresiones mayores, esquizofrenias etc.) Tras recibir las descargas eléctricas en su cerebro, decía en la carta que había perdido una parte importante de su memoria. Una parte demasiado importante, pues al reencontrarse con ella pudo reconocerla y saber quién era pero, en cambio, no recordaba lo que había sentido. Olvidó que la quería, olvidó todos los sentimientos que algún día tuvo y ahora, le resultaba imposible responder en reciprocidad al amor que ella todavía conservaba hacia él.
Ésta era su historia. Por supuesto, se sabía inocente y sobre todo víctima por desconocimiento y por no haber sido advertido (como hacía él ahora con todos nosotros), de que no se ama con el corazón, se ama con el cerebro. Y yo añado, que comprendido esto, seremos más poderosos cuanto más relativicemos.
Un loco escribió una carta al director que, contra todo pronóstico, fue publicada en un diario local. Me consta que, pese a ello, pasó inadvertida, pero no más ni menos que las cientos de cartas de los lectores que aparecen diariamente en los periódicos de provincias. Además de publicarse la mayoría de las veces incompletas o sesgadas, las cartas al director no interesan a nadie. Simplemente se publican y nada más.
Pero para mi esta carta no pasó desapercibida. Se trata de una de las declaraciones más reveladoras e interesantes que he leído nunca. El texto narraba concisamente una sencilla historia: la de una chica que ingresaba en la planta de Psiquiatría de un Hospital, y describía el panorama que encontró allí. Finalmente ella y el autor de la carta se enamoraban.
Lo lógico sería transcribir aquí textualmente la carta –pues mejor que el protagonista no puede contarlo nadie- pero cuando quise hacerlo, por más que busqué en montones de periódicos atrasados, no apareció. Es como si se hubiera evaporado. Pero sé que lo leí. Aunque podría haberlo soñado, lo leí. Afirmaba que el amor no se aloja ni se siente en el corazón. Su asiento y su latido se hallan en el cerebro. Sabía de lo que hablaba y quería pregonarlo a los cuatro vientos. Había algo de rabia, de perplejidad y sobre todo mucha decepción. Se percibía un desencanto similar al de un niño que descubre por sí solo el engaño de los Reyes Magos.
Había recibido unas sesiones de electroshock. (En contra de lo que la gente pueda pensar –esto lo añado yo- este tratamiento se utiliza en la actualidad como última alternativa a otras terapias menos agresivas, pero ineficaces, para paliar graves trastornos mentales, ya sean depresiones mayores, esquizofrenias etc.) Tras recibir las descargas eléctricas en su cerebro, decía en la carta que había perdido una parte importante de su memoria. Una parte demasiado importante, pues al reencontrarse con ella pudo reconocerla y saber quién era pero, en cambio, no recordaba lo que había sentido. Olvidó que la quería, olvidó todos los sentimientos que algún día tuvo y ahora, le resultaba imposible responder en reciprocidad al amor que ella todavía conservaba hacia él.
Ésta era su historia. Por supuesto, se sabía inocente y sobre todo víctima por desconocimiento y por no haber sido advertido (como hacía él ahora con todos nosotros), de que no se ama con el corazón, se ama con el cerebro. Y yo añado, que comprendido esto, seremos más poderosos cuanto más relativicemos.
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