El campo estará verde. Espero resistir hasta que llegue la primavera y poder conocer a mi futuro nieto. Los días son batallas de supervivencia y lucho con todas mis fuerzas para impedir que, de alguna manera, este cáncer no se adueñe de mí.
Procuro levantarme de la cama todos los días y aún sin ganas debo de hacerlo. Las fuerzas me fallan y llegara el momento en que Daniel me tenga que limpiar como a un recién nacido. Por las noches, ya entrada la madrugada, me despierto y lo siento llorar. Son momentos que no soporto. Hasta ahora siempre se mostró entero, infundiendo optimismo y agarrándose a la esperanza que nos dio el médico. Daniel es un niño que teme a la soledad. En ocasiones soy yo la que estrecho su mano, la acaricio y con unos golpecitos en ella le digo: " venga hombre....que todo va a salir bien...a ver...mírame ¿No hemos salido de cosas peores?, ¿No te acuerdas cuando no teníamos nada y salimos adelante?". Él no dice nada, entra en un silencio del que no es capaz de salir; un hermetismo que hace daño y le rompe el corazón. Se quiere hacer el fuerte y no sabe que hay cosas que pueden con todo, que la única forma de sobrellevarlas es aceptarlas. Si los hombres no tuvieran ese pudor por mantener ocultos sus sentimientos vivirían mejor y dejarían de querer ser quienes no son. Esto me saca de quicio.
Hay momentos en los que me siento agotada. No tengo ganas de leer, ni de hablar, ni de ver la televisión, ni de escuchar la radio. Me molesta el tic tac del despertador, tanto que llega a agobiarme. Tic tac, tic tac, tic tac, tic tac… En lugar de medir el tiempo parece que marca la cuenta atrás hasta que llegue mi muerte. Estrellaría todos los relojes del mundo contra el suelo.
Los días para Daniel y para mí transcurren cargados de continuos silencios. Parece como si en cada uno de ellos pasara un ángel que nos robara la voz .Recuerdo aquella canción de Silvio Rodríguez que me gusta tanto. A veces daría cualquier cosa por saber qué es lo que piensa Daniel, y me preocupa. Creo que escribo todo esto porque no me atrevo a decírselo con palabras… Es una forma de engañar este silencio.
Fuera el viento sopla con fuerza y el sol se está poniendo. Daniel está abajo. Lo escucho trastear e la caja de herramientas y golpear con el martillo. Que esté ocupado en algo devuelve la cotidianeidad a esta casa, como si no hubiera pasado nada... como si los días tranquilos del invierno regresaran y la paz de este hogar fuera el vivir de siempre.
Fuera el viento sopla con fuerza y el sol se está poniendo. Daniel está abajo. Lo escucho trastear e la caja de herramientas y golpear con el martillo. Que esté ocupado en algo devuelve la cotidianeidad a esta casa, como si no hubiera pasado nada... como si los días tranquilos del invierno regresaran y la paz de este hogar fuera el vivir de siempre.
Siempre me has dado miedo por temor a perder lo que la vida me ha otorgado. Siempre te miré como a la sombra oscura que hace desdichada a una familia; un esqueleto llevando al hombro una guadaña afilada dispuesta a segar la vida de cualquiera. Tu nombre siempre me dio miedo, por eso ahora quiero que lo cambies y no te llames muerte. Cuando te presentes no te reprocharé lo que me haces dejar en esta vida. Cuesta decir esto por lo mucho que me costó conseguir lo que voy a abandonar. Ahora soy consecuente con la suerte que me ha tocado...Lo dejo todo, pero me llevo el amor que di y recibí.
"Buscador"
Buscador, hace unos días hacías referencia a "la calle melancolía.." de Sabina, decías que escribiste este texto escuchándola. Esperaba leerlo y es perfecto.
ResponderEliminarAlguien dijo en alguna ocasión que el final de la vida es sólo un desplazamiento de la misma. No sé.
Yo, en cualquier caso, me quedo con tus palabras del final: "lo dejo todo, pero me llevo el amor que di y recibí". Esto es lo más auténtico y mejor.
Me ha encantado Buscador. Gracias.
"Amigo".
Es perfecto, sí. Tanto que duele...
ResponderEliminarGracias a ti "Amigo".Este texto formaba parte de una novela que escribí y sólo quedan algunos papeles de todo aquello.
ResponderEliminarBuscador.