Salió rápidamente de su casa para llegar en el preciso momento en el que la noche deja paso al día. Colocó el cubo metálico que hacía las veces de pedestal justo en medio del camino que trazarían los rayos del sol al salir. Se subió a él, inclinó la cabeza y se dispuso a esperar con la mano tendida para ofrecer una rosa al primer individuo que pasase por allí. Estaba muy quieta, tan inmóvil como su perrito de trapo o como los adornos que había colocado a su alrededor.
Todo el mundo había oído hablar de esa historia del amanecer, pero en realidad nadie la vio jamás. Cualquiera que hubiese recibido esa flor se habría tenido que pellizcar para asegurarse de estar despierto y comprobar si aquello era real o si todavía estaba sumergido en el mar plateado de los sueños. Sin embargo yo cada día la observaba desde la ventana de mi ático.
Aquella mañana se respiraba un agradable olor a tierra mojada. Abajo la gente comenzaría una vida nueva y ella... siempre ella. Nunca vi nítidamente su cara y aunque los reflejos metálicos le daban aspecto de frialdad componía una figura artística y cálida. Miré al horizonte y me quedé así un rato; ausente como ella, observando las enormes manchas grises que se acercaban navegando como buques en el mar de mi imaginación. Todo un espectáculo grandioso que imprimía en mi alma una serenidad inusual. Silencio y belleza por todas partes. Me resultaba imposible asimilar y devorar todo lo que se mostraba a mis ojos; y solo mi nariz, con hambre voraz, inspirando con fuerza robaba con gula aquel ambiente.
Hoy el reloj de la torre de la Catedral está dando siete campanadas, lentas, pesadas, de una gravedad tal que hace volar sus palomas buscando no sé qué. Miro mi reloj y recobro mi peso existencial en la tierra. Sólo la naturaleza marca el efímero transcurrir de la vida humana. De nuevo mi mirada se posa en ella, subida al pedestal, y en mi fantasía, la siento ligera; como si de un momento a otro despegara del suelo y siguiera el curso de las nubes...
Todo el mundo había oído hablar de esa historia del amanecer, pero en realidad nadie la vio jamás. Cualquiera que hubiese recibido esa flor se habría tenido que pellizcar para asegurarse de estar despierto y comprobar si aquello era real o si todavía estaba sumergido en el mar plateado de los sueños. Sin embargo yo cada día la observaba desde la ventana de mi ático.
Aquella mañana se respiraba un agradable olor a tierra mojada. Abajo la gente comenzaría una vida nueva y ella... siempre ella. Nunca vi nítidamente su cara y aunque los reflejos metálicos le daban aspecto de frialdad componía una figura artística y cálida. Miré al horizonte y me quedé así un rato; ausente como ella, observando las enormes manchas grises que se acercaban navegando como buques en el mar de mi imaginación. Todo un espectáculo grandioso que imprimía en mi alma una serenidad inusual. Silencio y belleza por todas partes. Me resultaba imposible asimilar y devorar todo lo que se mostraba a mis ojos; y solo mi nariz, con hambre voraz, inspirando con fuerza robaba con gula aquel ambiente.
Hoy el reloj de la torre de la Catedral está dando siete campanadas, lentas, pesadas, de una gravedad tal que hace volar sus palomas buscando no sé qué. Miro mi reloj y recobro mi peso existencial en la tierra. Sólo la naturaleza marca el efímero transcurrir de la vida humana. De nuevo mi mirada se posa en ella, subida al pedestal, y en mi fantasía, la siento ligera; como si de un momento a otro despegara del suelo y siguiera el curso de las nubes...
De nuevo mi amor por la belleza se vuelve realidad.
-Por Buscador y yo
Pero había que pasar a la acción.
ResponderEliminarPor un momento salí del mundo de las ideas y bajé a grandes zacajadas hasta la calle, donde ahora llovía de nuevo. Sin mirala de frente y cobijado por la lluvia y el gorro de mi anorak, hice lo que tantas veces había pensado: dejé mi número de teléfono en el ánfora destinada a las monedas. Supuse que en breve se iría, más si arreciaba la lluvia.. sin embargo la ví si cabe más inmóvil, más serena...llegué a dudar que fuera de carne y hueso ¿y si se había tornado en estatua para siempre? Pero hubo algo...un mínimo reojo...una levísima sonrisa, muy efímera, pero que me estremeció completamete.
Subí a mi ático, me di una ducha y tomé una infusión. Había dejado de llover. Cuando fui a acomodarme en el salón, el teléfono había cobrado unas dimensiones inauditas. Ese objeto cotidiano era ahora el centro de mi vida.
El plomizo día enmascaraba la hora y hasta el día de la semana, de pronto me vino a la cabeza que era sábado y que tenía vacío el frigorífico...por supuesto no iba a salir y menos usar el teléfono para pedir algo. Ya resolvería eso más tarde.
Fui a asomarme al gran ventanal y vi que ya se había esfumado. Jamás la vi bajarse de su plataforma. Parece que castigara cualquier distracción mía para escabullirse, como si no recibiera la energía necesaria para mantenerse allí. Me sentia culpable por haberla abandonado y pedía a Dios que me perdonase y volviese mañana.
En esos momentos un estruendo me recorrió el cuerpo entero. Las ondas rebotaban en todos los objetos de la casa sumándose y multiplicándose: era el teléfono, sonando.
Otto, un saludo a Sirena..por petición de buscador he escrito unas líneas ( no muy cuidadas, pero con ilusión) que continúen vuestro relato.Feliz Navidad
Una historia interesante...con un toque romantico y nostalgico...
ResponderEliminarbien narrada....
aveces todo lo que nos rodea es un misterio...hay que saber gozarlo.
besos
felices fiestas
¿Sabes una cosa, Gioconda? Cuando escribimos esta historia, Buscador y yo, sin saber nuy bien porqué, pensamos en la posibilidad dicártela. Ahora, sabiendo que te gusta, es toda tuya.
ResponderEliminarFeliz Navidad, Gioconda.
Cuando conoces el pseuónimo del autor crees desvelar el por qué de las cosas, pero aún así este relato me ha sorprendido. Es dulce como una pareja enamorada y compenetrada. Audaz, rápido y locuaz. Buscador, ¿dónde te metes para tener esta insiración?. Y yo que te veo por la calle con tu taxi, como eres capaz de escribir tan bien si tú sólo sabes conducir por el camino la Gayomba. Besos a Hal.
ResponderEliminarEl primo político de Buscador.
El amor por la belleza va y viene, y siempre es una realidad dispuesta a florecer cuando los ojos se alinean con el alma.
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