Mary no lo dudó ni un segundo, muy pocas veces había tenido una certeza como la que le asaltó en ese momento, y es que, si rechazaba la invitación y ponía una excusa se arrepentiría toda la vida.
Resultó ser un hombre muy interesante y decididamente atractivo. Ella lo miraba de forma descarada, incluso impertinente, como si esperase que en cualquier momento de sus ojos fueran a salir letras y no miradas, y tuvo que disculparse. Estaba allí con ella, tangible, más real que nunca y caminaban juntos. Él le hablaba de cosas cotidianas y ella le prestaba toda la atención de que era capaz, pues su mente divagaba recordando entre ráfagas y destellos palabras y frases del pasado a la vez que pensaba que sí; en otra vida posiblemente fueron amantes.
Cuando se aproximaron el uno al otro para despedirse con los consabidos besos de rigor, ella vaciló un segundo pensando que sus caras se podrían quedar pegadas para siempre y con la sonrisa que le produjo lo absurdo de ese pensamiento se alejó caminando.
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