TOMATES ROJOS CRUDOS

Es menuda y entrada en años. Su marido la ayuda en el puesto y también es menudo y entrado en años. Se ve enseguida que son “la buena gente”, la gente sacrificada. Seguramente no han tenido muchas oportunidades en la vida ni acceso a más cultura que la de aprender a leer y escribir. Salta a la vista que son personas sencillas y agradables.
Todo empezó cuando me encabezoné en el absurdo (me motivan los absurdos) de recuperar uno de aquellos sabores perdidos de mi infancia; el del tomate, el de aquellos tomates que olían al morderlos y tenían un sabor intenso. Así que una mañana de sábado me personé en una plaza de abastos dispuesta a encontrar esos tomates que, por otro lado, sabía que sólo existían en mi imaginación. Hice una minuciosa inspección de cada uno de los puestos para decidirme finalmente por el de la mujer menuda. Le pregunté ingenuamente si tenía tomates que no fueran de invernadero, que fueran de la huerta o de algún pequeño huerto, porque estaba buscando unos tomates como los que comía cuando era niña. Yo misma me sorprendí por lo extravagante de mi pregunta y ella se echó a reír:
-Eso que usted me pide no existe, pero no se preocupe –añadió- ; se va a llevar unos tomates que sólo me traen a mí, son de La Ribera de Molina, cuando los pruebe ya verá como vuelve a por más. Es lo más parecido a lo que usted busca, pero no se equivoque, nunca serán los mismos.

Y así fue… Cuando ella se percató de que volvía cada sabado a comprarle los tomates, me premió otorgándome la categoría de “clienta”, lo que implicaba que me reservase los mejores tomates, de modo que cuando yo llegaba, ella ya los había seleccionado y apartado en una bolsa de color verde. Como no me importaba el precio y también le compraba habas, piñas, fresas, uvas o las frutas del tiempo más apetitosas, sin interesarme por el precio, mi condición pasó a ser de clienta VIP.
Con el tiempo pasamos a mantener breves charlas; se había establecido una corriente de mutua simpatía. Además, esa mujer, tenía los modales de una reina y un delantal inexplicablemente blanco e impoluto. Nunca supimos nuestros nombres, ella no era la verdulera ni yo era la fulana ni la mengana.
Sin embargo no me mantuve simpre fiel a la cita de los sábados, algunos por trabajo, otros por estar de viaje, y otros por cansancio... Un día encontré su puesto completamente vacío. No pregunté, pensé que se trataría de algún contratiempo pasajero. Pero al sábado siguiente el puesto continuó vacío y también al siguiente y al otro... Era evidente que algo grave había ocurrido y finalmente claudiqué en mi obstinación de no preguntar, e interrogué a la mujer rubia platino del puesto de enfrente, que me explicó lacónica que mi vendedora nunca volvería; ¿la causa?; su marido había muerto fulminado por un infarto la mañana de Navidad.
-Por favor, si tienes ocasión y la vuelves a ver, dile que lo siento… (más de lo que se imagina, pensé).
Ahora, voy algún que otro sábado por el mercado, sin la frecuencia de antes, pero siempre al puesto de la mujer rubia platino. Ella me deja escoger los tomates de una caja que tiene reservada y pagada por un restaurante.
Cada vez que me presento allí le insisto machacona en nuestro pequeño delito: “Vengo a llevarme unos tomates de esos que tienes apartados y vendidos" ¿Por qué me hará tanta ilusión saber que no son para mí? A esta vendedora la llamo de tú. La mujer rubia platino sonríe pícara, y haciendo como que no me ha oído me deja hacer. Le resulta rentable hacer la vista gorda para que yo cometa esa pequeña maldad… ¿Y a mí, qué gano en ello? ¿Llevarme unos tomates cuando podría encontrar otros mucho mejores y menos caros…? ¿Por qué?
No pude encontra el sabor que buscaba, pero me di de bruces y paladeé la memoria de un sabor mucho más intenso y más poderoso… el placer de cometer una travesura infantil, una “gamberrada” que diría mi padre.
Ahora, sólo tengo que cerrar los ojos y dejar que mi boca se manche al morder con fruición la superfice lisa y roja de la nostálgica niñez, el paraíso perdido con sabor a infancia que me proporcionan los tomates rojos crudos.

1 comentario:

  1. Todos los veranos saltabamos la verja de una piscina para bañarnos en las aguas mas deseadas de las huertas de La Hoz. Las cuatro de la tarde. Al lado los tomates mas ricos que nunca se vendieron (los tomates robados).¿Chorizos? sin duda alguna.¿Felicidad? la qie nadie se llevó. Paul.

    ResponderEliminar