LA POESÍA DEL AYER

Lo mejor de todo es ser niño. Lo segundo mejor de todo es escribir sobre ser niño” (Matthew Barrie)



Recuerdo vagamente una escena de la extraordinaria película “Fanny y Alexander” de Ingmar Bergman: recalco lo de vagamente porque no sabría decir que personajes aparecen en ella, el contexto exacto que la envuelve ni, por supuesto, la literalidad del diálogo –toda esta imperdonable laguna memorística responde a dos vulgares y poderosas razones: la película sólo la he visto una vez y hace ya muchos años–. Recuerdo que había un hombre, probablemente viejo, muerto; los muertos Bergmanianos tienen a menudo la curiosa cualidad de ser tangibles y elocuentes. Pues bien, recuerdo que el espectro tenía una conversación con alguien (posiblemente uno de los dos niños protagonistas) en la que hablaba, creo, sobre su vida. Lo que se me quedó inequívocamente grabado es una aseveración del fantasma que venía a decir, a grandes rasgos, esto: “recuerdo muy bien mi infancia y mi vejez, sin embargo apenas recuerdo los largos años intermedios”. Bergman, por tanto, enfatiza la infancia y la vejez como los dos periodos verdaderamente importantes y sustanciales dentro de la vida de una persona. Bien. Centrémonos en la infancia, hoy me he despertado absurdamente poco gerontófila.

Empezando por Freud (tal vez el primer gran niño grande), pasando por una catarata de manifestaciones artísticas de todo tipo (literarias, cinematográficas, pictóricas…), científicas, etc., se pregona la importancia capital de la infancia. No hay que ser un ultra del psicoanálisis para aceptar que las experiencias que tienen lugar en la infancia poseen gran significación en el moldeamiento psicológico del sujeto adulto. Tal vez no exista un inflexible determinismo, pero su influencia, sin entrar en cuantificaciones, es innegable. En el desarrollo ontogénico los primeros años suelen constituir un periodo crítico tanto a nivel físico como psíquico. Concluyendo: sí, la infancia importa, no seré yo quien diga lo contrario. Sin embargo, sí hay un aspecto de ella en el que me gustaría ahondar:

La infancia como tesoro emocional, como esquirla imperecedera en el corazón del hombre. Invariablemente se le ha atribuido una descomunal fuerza afectiva. No lo digo yo, lo dice, por ejemplo, Orson Welles cuando hace pronunciar a un moribundo la palabra Rosebud, consiguiendo de esta manera que un trineo, símbolo de la infancia, se convierta a su vez en símbolo de toda una vida. Hermoso mensaje; que sea atinado no lo veo tan claro. Pienso que cualquier mirada retrospectiva imbuye un romanticismo engañoso, gracias a una memoria siempre tramposa. El ayer no es más que algo que hemos perdido. Y en el ayer solemos ver poesía: ya sea en el ayer de un amor, en el ayer de una amistad o en el ayer de una vida que es lo que llamamos infancia. Lo que se pierde, lo que se tuvo y nunca se volverá a tener, se envuelve de una neblina nostálgica y es difícil que ésta no infecte nuestro juicio crítico. Siendo descarnadamente sinceros: ¿Qué podemos recordar realmente de nuestra infancia más allá de cuatro o cinco imágenes borrosas? ¿Por qué queremos creer que esas cuatro o cinco imágenes borrosas encierran la gran riqueza humana?

El recuerdo es el único recurso que tenemos las personas para intentar luchar contra la muerte: por ejemplo, cuando recordamos a los muertos estos están menos muertos. Vida y recuerdo son conceptos separados por fronteras difusas. En cambio, sin recuerdos sólo hay espacio para la muerte. Una de las grandes tragedias de la vida es que la infancia, nuestra única oportunidad de ser verdaderamente felices, se disuelve en la memoria. Por ello, la infancia en la vida no sólo se pierde sino que también se muere. O casi, pues nos quedan esas cuatro o cinco imágenes borrosas. Y ver poesía en ellas no es una elección. Es una necesidad.


A Peter Pan

30 comentarios:

  1. Qué buen texto!!!... La infancia, para algunos, es un colibrí agitando sus pequeñas alitas en nuestras memoria,pobre memoria que descuidamos a través de los años, atesornado elementos, accesorios de adultos que ocupan mucho lugar. La poesía es una de tantas llaves maestras para lograr un breve retorno al lárico y perdido mundo feliz.
    Saludos

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  2. Decía Miró que había tardado toda una vida para aprender a pintar como un niño. Yo siempre he creído que en el fondo no dejaré de ser un poco niña hasta el final. En mi ambiente suelen decir de mí que soy demasiado adulto psicológica y moralmente, aunque yo creo que también puedo conservar mis emociones más infantiles...

    Un saludo.

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  3. que lindo texto.. y ahora me provoca decirte que siento que ser niño puede trascender los recuerdos borrosos de esos instantes antojadizos de la memoria, cuando recuperamos la inocencia, la capacidad de sorprendernos, el juego y la levedad, mirando al corazón de niño que aún permanece algo empolvado dentro nuestro... ¡a ser niños, a ser libres, a quitarse esos cuantos pesos innecesarios que la adultez a veces nos impone!

    un abrazo de colores

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  4. Aunque sólo en parte, por una vez disiento Sirena. Los habemos, que la recordamos y muy bien. Otra cosa serán las razones de porque, éso, es así. No la veo como un tesoro emocional, pero sí como un referente, al fin y al cabo, de aquellos polvos vinieron estos lodos. Todos somos un poco lo que fuimos, y caminamos sobre éllo, incluso aunque no lo recordemos.
    I believe.
    Coincido en cuanto a embellecer los recuerdos. Es un recurso y, según como se mire, un privilegio de la mente, al alcance de todos. Y sí, diría que hasta una necesidad. También en que el ayer no es de nuestra posesión casi en la misma medida en que no lo es el futuro. Y en que siempre vemos lo que queremos ver...
    Como siempre, está vd. "sembrada"

    Un beso.

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  5. Pues de la adolescencia, querida Sirena, pocas más imágenes recuerdo menos borrosas.

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  6. Fanny y Alexander es una de mis películas ultra favoritas; aún tengo vívido el clima de ensueño que me invadía hace 25 años cuando la vi.
    Es verdad lo que dice Sirena; hablamos de la infancia como quien escribe la antología de un pasado exitoso, y obvia las infinitas tragedias que encerraban hechos triviales para un adulto, pero holocaustos transitorios para una psicología preparada sólo para el disfrute de las sensaciones. Tengo la fortuna de unas docenas de brumas de las que hablaba, editadas o edulcoradas a conveniencia para poder vendérmelas a mí mismo, como el mágico elixir de la felicidad, que fuera empeñado en el Monte de Piedad para poder comprar unos cuantos placeres "senior" (que tampoco resultaron para tanto). Me gusta mucho su inteligencia y su sensibilidad, que es lo único que puedo ver; y creo que es mejor así, porque voy perdiendo músculo para luchar contra las tentaciones, es decir voy de regreso.

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  7. Creo que tiene toda la razón cuando se pregunta: ¿qué podemos recordar realmente de nuestra infancia más allá de cuatro o cinco imágenes borrosas? Yo no recuerdo muchas más, y tal vez sea porque no hubo en ella demasiadas notas disonantes, angustias o estrecheces que me obligaran a ser y estar especialmente atento a los acontecimientos propios o ajenos. Quizá sea esa la razón y quizás haya sido esa la causa de qué me formulara esta misma pregunta leyendo, en su día, Las cenizas de Ángela.
    Uno es consciente de las cosas no sólo en función de su edad, que seguro que lo condiciona todo, sino de sus propias necesidades, esas que terminan por agudizarnos el ingenio, agriarnos el carácter, o hacernos tambalear el resto de nuestras vidas si les damos más carrete que el que les toca para que se aireen debidamente.
    ¿Mi infancia? ¡Infancia!
    ¿Mi juventud? Compleja como la de todos. Ni mucho más ni demasiado menos.
    Ahí sí, ahí si suele haber elementos que nos condicionan más, que nos dejan poso dentro, que nos hacen timoratos, inseguros, reflexivos y otras mil cosas. La viví intensamente pero sin aspavientos.
    Después me limite a vivir pensando más en mañana que en ayer. Y dejando el tiempo intermedio como algo necesario pero intrascendente a pesar de la posible o real trascendencia que cada acontecimiento pudiera revestir en si mismo. Fui más consciente de mis limitaciones que de mis éxitos, y más consecuente con la ejecución del fin pretendido que con el camino por recorrer hasta llegar a él, que es el que suele mostrarnos los paisajes más bellos. En fin, fui y seguramente sigo siendo una especia de encefalograma plano. La normalidad más absoluta.
    En este estado de gracia no me atrevería a decir que será mi vejez. Lo que si me atrevo a asegurar, al igual que hizo el muerto a Alexander, es que “apenas recuerdo los años intermedios.”

    Por cierto, siempre pensé que Rosebud era simplemente el reconocimiento total de la propia estupidez, esa que nos lleva de cabeza a participar en toda guerra inútil que no permite hacer prisioneros y sí sólo deja muertos.

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  8. Creo que la infancia no se muere, a la infancia la matamos. Únicamente hay un modo de salvarla y es, no dejando de soñar, durante nuestros próximos ciento diez años de vida.
    Un placer leerte.

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  9. Hola
    Niña, cada vez que leo un trabajo tuyo quedo más sorprendida de que puedas leer lo que yo escribo,
    Eres increíble y extraordinariamente inteligente.
    No puedes imaginar cómo te admiro.
    Un biquiño.
    Diana

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  10. Yo de mi infancia no tengo buenos recuerdos. Era un niño con muchos complejos y obsesiones. De esa época no guardo más que angustia, siempre esperando oír lo que no quería oír y siempre intentando complacer a todo el mundo sin conseguirlo.

    La adolescencia no fue mejor. Ahora, adulto, pienso que tuve malos maestros que no supieron ver en mí las cosas que realmente me interesaban. Pero no reprocho nada a nadie, porque sé lo difícil que es. Tengo hijos, uno de ellos, el pequeño, ahora en el aterrizaje forzoso de la adolescencia. Intento no cometer los mismos errores que cometieron conmigo, pero es complicado. Muy complicado.

    La niñez es nuestro espacio de tiempo más lejano a nosotros y más cercano en la memoria. Por algo será. Pero no lo añoro. Sólo de adulto he aprendido a llorar y a hacerlo libremente. De niño ni pensé que eso era posible. Y si no hay llanto, no hay risa. Por lo menos para mí.

    Un abrazo
    Chuff!!

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  11. No creo que la mirada retrospectiva a la infancia esté marcada por un romanticismo engañoso o una memoria tramposa. Personalizaré: no recuerdo mi infancia como un cuento de hadas (y de mi adolescencia mejor ni hablamos), pero entonces (y lo sentía nítidamente), yo era omnipotente. Después he vivido unos años mucho más interesantes (y todavía espero “alguno” más), me siento más sabio,... pero la sensación es apabullante: la decadencia llegó para quedarse (y no para siempre, viene con su mamá, la muerte). De Bergman adoro “Las fresas salvajes” (aunque a veces me ha dado la sensación de que siempre hace la misma película -¡¡lo cual me encanta!!-).

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  12. La infancia es un término muy amplio y difuso.
    Yo pregunto a ñinos de diez años qué recuerdan de cuando tenían cuatro años, y aun dándoles pistas y datos aportados por sus padres, no recuerdan casi nada. Pienso que lo que recuerdan es porque se lo han contado.
    Desconozco quién afirma que esos recuerdos de la niñez constituyen la gran riqueza humana.Es más, desconozco su significado.
    Ver poesía en los recuerdos de la niñez, efectivamente no es una elección.Pero tampoco creo que sea una necesidad.Como tampoco creo que el recuerdo sea el único recurso para luchar contra la muerte.
    Sirena, con todo mi aprecio y reconocimiento a tus profundas y necesarias reflexiones, te digo que la mejor alternativa al nihilismo es la esperanza.

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  13. No hay nada como trbajar con niños para darse cuenta del tormento interior que tienen, tanto los sanos como los que tienen psicopatología. Los miedos, la angustia de separación, la dependendecia, la omnipotencia poco o a poco castrada por la realidad. En fin.... Me ha gustado leerla sirena, pero creo que idealiza la infancia.

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  14. Tengo que rectificar, está entrado la enfermera cada dos por tres y no puedo centrarme, me salté un párrafo. Chapó sirena.

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  15. Esperanza, bonita palabra, pero contraponerla al nihilismo, me parece pelín excesivo. El nihilismo es apenas un punto de partida, para darnos al menos una nueva oportunidad de repensar la primera impresión; la esperanza real, viene tras haber descartado ilusos optimismos apriorísticos.

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  16. Proust escribió la novela más grande de la historia a partir de un "insignificante" recuerdo de la infancia: el sabor de una magdalena mojada en una infusión; la memoria es lo que somos, y toda la cultura universal se asienta sobre asa frágil, evanescente base. En ub próximo retrato de mi "leprosería" relataré un caso que tenemos aquí, que tiene que ver con esto.

    un beso

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  17. vaya manera de empezar a conocernos, mujer, ...

    Vienes apareciendo en la ventana y dejas letras que se quedan en la piel. Un placer mirarte a los ojos.

    Nuestra infancia no se muere...comienza a estar muerta. Luego será el tiempo para abundar en ello.

    abrazo, dos besos.

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  18. Mi nieto Isidro me enseña cosas que jamás imaginé. Cuando come en casa a fuerza de oír cantar a Serrat cuando nos sentamos a la mesa me pide que le ponga "fue sin querer" ("Es caprichoso el azar"). Y cuando le doy a elegir música de El Barrio me pide "Pa Madrid".

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  19. "El recuerdo es el único recurso que tenemos las personas para intentar luchar contra la muerte"

    Yo soy de los que piensa que contra la muerte no se puede luchar, ella siempre nos gana. Pero mientras tanto, que nos quiten lo bailado. Que si la muerte nos viene a buscar, cuando menos le va a costar trabajo encontrarme...
    jajajaja
    Saludos!

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  20. Saint-Exupery,Baudelaire , Rainer María Rilke... muchos son los pensadores que coinciden en aquello de que "la verdadera patria del hombre es la infancia".

    Delibes,afirmaba que “la infancia es la patria común de todos los mortales, de ahí que el lector se identifique de inmediato con un personaje infantil sea de donde sea” y lo cierto es que en ella encontramos nuestra primitiva raíz a la vida, a los sentimientos, al lenguaje, al pensamiento, a la amistad, a los miedos,a los anhelos etc

    Y a veces necesitamos toda una vida para recobrar esa mirada curiosa, sencilla, entusiasta de la infancia; lo mejor, sirenita, alimentar ese niño que todos llevamos dentro, dejarlo explayarse y no recubrirlo con el gris, a veces, traje de la adultez.

    Un Abrazo

    Merce

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  21. Repasando algunos de los comentarios descubrí tu blog, sirena varada,y ya el nombre me pareció especial. He ido leyendo algunos trabajos tuyos y me he enganchado de una manera increible. Tienes una forma de expresar tus ideas que hace pensar y meditar despacio. Me siento bien leyendo tus trabajos o meditaciones o sentimientos...como los quieras llamar. Si no te importa me gustaría ponerte en los blogs que sigo. Espero tu respuesta, Un abrazo sincero desde mi casa, Pilar.

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  22. Sin memoria no hay recuerdos, sin recuerdos no hay infancia y por eso cuando perdemos memoria recreamos la infancia sobre las migajas que nos queda en los bolsillos una colección de imágenes maravillosa fundidas en negro.
    Saludos cordiales.

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  23. un dulce poema... gracias.

    tuve la suerte de leerlo mientras escuchaba un video de mi blog. Es un grupo no conocido, lo vi por youtube, y me encanto. Sobre todo la version acustica con piano.

    Aqui te dejo la invitacion, y espero pronto tener noticias tuyas.

    un abrazo

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  24. Fanny y Alexander” de Ingmar Bergman es una de mis películas de culto. En forma y recorrido impecables. Hay una parte, la locura de Ismael, que se me desdibuja.
    Los recuerdos ............
    Entiendo que la infancia recuerda poco hasta cierta edad, porque vive, es acto, es hacer, es el ahora. El ahora no recuerda, se impregna y vive, es lo que pasa en la infancia.
    Somos receptores de vivencias absorbidas por otros caminos que serán el substrato futuro.
    Posteriormente recordamos desde una gama, todo lo que se extralimita se olvida, que es un decir,se olvida para poder seguir viviendo sin descalabros o extravíos de locuras.
    Recordar es una forma de abrigarnos,de tener bases y pilares que nos reconozcan en el yo, de acariciarnos y amar.(Ningún dogma de fe)
    Inuits

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  25. Mi infancia está llena de recuerdos -como los vuestros- dulces y amargos compartiendo cancha, aunque nadie puede negarle los aromas, los descubriientos, las experiencias que fueron transformándola poco a poco, aquello si que era vivir a tope. Aquella mirada, como aquella mirada ninguna. Aquella conquista, como aquella conquista ninguna otra. Aquellos besos, como aquellos besos ningún otro es comparable. Coincido con vosotros, porque nos encontramos en ese espacio común, que nunca nos abandonó del todo. Salud para todos.

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  26. Saludos Sirenita,
    paso como siempre a leerte y a su vez
    dar las gracias por tus palabras en mi blog de Alberto Navero.
    Un abrazo y en espera de tu próxima entrada,

    Navero (TK)

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  27. Te descubrí en el blog de Navero. Te leeré mañana.

    Un abrazo.

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  28. Con todos mis respetos para Don Freud, nunca nadie, ni él ni nadie, ha podido demostrar verdad alguna en sus mitos y especulaciones. La importancia de la infancia es obvia como parte de nuestra conformación pues el cerebro a esa edad es más plástico, y más allá de eso, todo parecen más bien chorradas.

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  29. "Lo mejor de todo es ser niño. Lo segundo mejor de todo es escribir sobre ser niño”

    ¡Que inmensa verdad...!

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