CAMINA

"Tu risa, tu silencio
serán míos todavía y siempre.
La vida dura algunos instantes
sin embargo, son bastantes
cuando cada instante es siempre"

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Me asomo a la ventana y miro la Catedral. Me siento alegre y triste, puede que sólo triste, porque la belleza es eso: tristeza vestida de alegría. Ahora me viene a la cabeza aquella frase que decía Al Pacino en Atrapado por su pasado, la película de Brian De Palma: “Con la edad uno no cambia, sólo pierde fuerzas”. Comprendo que no estoy deleitándome con la belleza de ese milagro arquitectónico, no estoy ensimismada con la mera contemplación, estoy pensando en el tiempo, ese egoísta que nunca pensó en mí. La Catedral guarda el secreto del tiempo, pero hoy no quiere susurrármelo. Tal vez no lo hará jamás. El tiempo. Acabo de recordar que un día de estos tengo que ir a ver a mi madre. Hoy no. Pronto. Cuando la vea le daré las gracias por mis genes. Se lo diré en tono de broma y como tal se lo tomará, pero yo hablaré totalmente en serio. El cuerpo es una cárcel que todos llevamos a cuestas: unos se sienten bien en ella y otros no. Pero todos somos cautivos, víctimas atrapadas tras unos barrotes de piel. Gracias a mi madre mi celda es bastante cómoda. Gracias, mami.

Me he quedado sola. Otra vez. La rutina laboral de siempre: la última en irme… y la última en llegar. Siempre viví en el país de las últimas cosas. No voy a cambiar. ¿Y el tiempo? ¿Él cambiará? El silencio es un amigo peligroso y habla a gritos: todo lo magnífica, una lupa emocional. En silencio los sentimientos adquieren trascendencia, solemnidad, se creen más importantes de lo que realmente son. Menos mal que su regia apariencia se esfuma con un golpe de risa. Necesito todos los días esos breves momentos de solemnidad: yo y el silencio, solos, y que el silencio me engañe, antes de que vuelva el ruido y todo sea vulgaridad.

Acaricio el aro que cuelga del lóbulo de mi oreja. Qué bonitos pendientes. Qué bonita la Catedral. Y qué bonito el silencio, en él la lógica del sentimiento deja paso al sentimiento. Veo a al limpiador venir hacia aquí, con su rostro siempre curioso. Se rompió el sortilegio. Me ha encontrado la soledad que se oculta agazapada tras las miradas de la gente. Buenos días, dice. Hola, contesto. Suelo dar un poco más de conversación (no es impostura, soy de natural sociable), pero hoy no me apetece. Miro la catedral de nuevo justo antes de irme. Sigue silente. Entonces comprendo que hoy realmente estoy emotiva. Sé que es algo extremadamente pasajero, sé que no tengo motivos para sentirme así, sé que los ecos del silencio aún me seducen con sus mentiras. Y sé que lo único que en estos instantes me apetece es sentarme y mirar al mar y, claro, me acuerdo de esta bitácora y sonrío con la canción de los Héroes: “sirena vuelve al mar, varada por la realidad”.

Mi madre me dio una vez un consejo: hija, camina, sigue.

Sí, qué razón tienes, mami. Camina. Camina. Camina. Un paso y, si sobrevives, luego otro. Pero centra todas tus fuerzas en ese primer paso. El mundo se reduce a eso. La vida se reduce a la vida. Porque nada ni nadie puede robarte el próximo paso. Ni siquiera el tiempo.

Un paso más. Sólo un paso más. Camina.


No es una despedida, tan sólo son unas vacaciones. Muchas gracias a todos por vuestra fidelidad.