LA GRAN TRAGEDIA


El porqué me subí al carro de los más de siete millones de blogs que hay en la red es todavía un misterio para mí, aunque algunos tienen las ideas muy claras sobre el interés del género femenino en el particular; por ejemplo el periodista Arcadi Espada asegura lo siguiente: “…Cuando una señorita se pone a contar los polvos que hizo la noche anterior, eso no es lo que se entiende por periodismo. Eso son los casos del 90% de los blogs, los polvos, sobre todo, los polvos que no se han podido hacer (risas)”. Esto lo dice el señor Estocada, o Espada, o Estilete, que no se anda con rodeos, tal vez desde autoridad moral que confiere el tener un blog serio: “Escribo un blog periodístico porque firmé un contrato con Espasa porque me parece importante deconstruir el texto periodístico, ya que es una tarea fundamental de esta época pero también me gustaría escribir uno distinto, sobre las cosas cotidianas.”
Esto me animará a no entrometerme nunca en tareas tan fundamentales y tener que deconstruir textos periodísticos. Pero mira por donde sí podría escribir sobre las cosas que le gustaría contar a don Arcadi, es decir, las cotidianas. Así que nada de reflexiones, ni de libros, cine o relatos… Hoy, dando un repaso a mi cotidianeidad más absoluta, escribiré sobre lo que hice el domingo pasado. Pero que nadie se inquiete pues no seré procaz.
Sobre las 12 de la mañana, fiel a un ritual que ya parece ancestral, enciendo una barrita de incienso (sándalo) y pongo el CD de Paolo Fresu “Mare Nostrum” a todo el volumen que resulta posible sin que los vecinos aporreen mi puerta –ejercicio de precisión milimétrica, todo hay que decirlo-. Hasta que me enamoré de la sugestiva música de Fresu escuchaba con devoción a Carlos Cano (y mi canción preferida “¡Qué desespero!” unas seis o siete veces) … Mientras preparo algo para comer paladeo a pequeños sorbos mi combinación favorita (1/2 de Zinzano rojo, 1/4 de Martini blanco, unas gotas de vodka y hielo picado) y observo por la ventana las montañas de color cobalto que encierran este valle en el que vivo, a la vez que me abstraigo imaginando que volaré por encima de ellas rumbo a Japón antes de que acabe el año. Y de repente, me digo… ¡qué bien me siento! Pero más que a las ensoñaciones viajeras tal vez se deba a que no me duele una muela y recuerdo a Kundera corregir a Descartes diciendo "siento luego existo" (“Pienso luego existo, esa es una frase pronunciada por alguien que daba muy poca importancia al dolor de muelas”, aseveraba el escritor checo en su novela “La inmortalidad”). Entonces me pregunto: “¿Es la felicidad la ausencia de dolor?”. Los sorbos del combinado de Martini y la envolvente atmósfera creada por Fresu me dan una contestación contundente, inapelable: “No pienses, no te hagas preguntas trascendentes. No pienses en lo bien que sientes, sólo siente. Disfruta el momento”. Obedezco con placentera sumisión los pedagógicos consejos de mis amigos etílico-musicales y me extravio en los terapéuticos páramos de la mente en blanco.
Pero lo más memorable siempre está por llegar. Sobre las tres de la tarde, relajada tras un opíparo banquete (entendiendo por “opíparo banquete” un sencillo aperitivo y una frugal ensalada) emprendo la lectura de un periódico local, ávida de ver lo que se deconstruye por ahí. Y, de repente, encuentro una noticia que vale mil misas... Un periodista entrevistaba a un monje budista oriundo de mi localidad -ya de por sí es algo tan exótico como un torero nativo de Osaka- que se hace llamar Felpeto Bonzo (constatación empírica e irrebatible de que un nombre artístico puede ser una obra maestra) que, con una oratoria que haría palidecer a Demóstenes, deja una frase para la eternidad: “En la próxima reencarnación no quiero ser persona de nuevo sino paquidermo”. Durante los siguientes cinco minutos paso de las risas a las carcajadas sin solución de continuidad. Una vez me he serenado –aunque con alguna recaída que otra- pienso que algo así no puede caer en el olvido. Decido entonces escribir un libro al que llamaré “La gran tragedia de no reencarnarse en paquidermo” o “Deconstruyendo a Felpeto”. No mucho más tarde –aún más serena que antes... y ahora un poquito cuerda-, comprendo que sólo se me ocurren títulos pero nada que escribir. La razón es sencilla: hay cosas que se explican enteras por sí mismas. Un Monje budista español llamado Felpeto Bonzo que añora reencarnarse en paquidermo... ¿Acaso alguien puede atreverse a añadir una coma a tan desgarrador documento? Además, tampoco deja de ser trágico que cualquier cosa que pudiese escribir acerca de Maese Bonzo nunca superaría a ninguno de los títulos que he mencionado antes.
En fin… señor Espada, éstas son las cosas cotidianas de las que usted hablaba, incluida la extraña poesía de la vulgaridad, que diría Baroja, y también éstas son las cosas que me hacen olvidar este mundo absurdo que no sabe a dónde va (esto es de Aute). He de confesarle que siempre he experimentado sentimientos ambivalentes hacia usted. Por una parte me gusta su valentía, su descreimiento, su cultura, su afán desmitificador (o deconstructor, si lo prefiere); Sirvan de ejemplo sus comentarios poniendo a parir las novelas de esa vaca sagrada literaria de la actualidad llamada Ruiz Zafón, o el artículo poético e impactante que escribió sobre la tragedia de Fernando Maura (gracias al cual conocí el blog de Fernando, del me hice devota). Por otra parte me desagrada su deje prepotente, su sabelotodismo (sí, sé que esta palabra no existe), el hecho de que se sitúe permanentemente más allá del bien y del mal. Me gusta la gente que opina no la que pontifica; aquellos que están demasiados seguros de sí mismos suelen provocarme desconfianza. Quien no duda no es de fiar... a excepción de Felpeto Bonzo, cuyo conmovedor ejemplo de inquebrantable e inequívoca adhesión al mundo paquidermo me conduce hasta las lágrimas (sí, sí, de risa, pero hasta las lágrimas al fin y al cabo).
Ser o no ser paquidermo, esa es la cuestión.

-A Alberto M (la semejante criatura), porque “La risa es bella”, ¿o era la vida?