Querida amiga:

¿Cuánto pesas ahora? ¿Serán unos treinta y cinco kilos? No, deben de ser algunos menos, pero todos de infelicidad. No queda en ti un solo gramo de alegría desde que tu madre te abandonó hace unos meses; eso sí, muy a su pesar. Aún estando tan enferma ella se sabía tu única conexión con el mundo real, y no quería marcharse, no, y dejarte más desvalida y tan herida de muerte como ya estabas.
Toda la tarde viéndote llorar…, toda la tarde escuchando una sucesión de desgracias…, toda la tarde encadenando tristezas… Te afecta mucho que estemos en Navidad, y es normal… Esta Navidad te duele y yo no sé que hacer…
Contigo todo es tremendo, duro e intenso. Sólo nos vemos unas pocas veces al año y cuando me llamas es porque no puedes más y sabes me vas a partir el corazón a trocitos. De camino a verte siento como si mis pasos quisieran desandar lo andado y, aunque avanzo, noto que mis piernas caminan hacia atrás; pero allí estoy, fiel a nuestra cita, como si se tratase de un deber moral y para constatar que cuando creía que ya nada te podía ir peor…, me equivocaba y sí… Todo podía irte peor… ¡Es Navidad!
Nunca evitamos recordar nuestros “despreocupados” tiempos en la Universidad y la mala suerte que tuvimos por tener unos profesores tan mediocres. Uno de ellos incluso te tiró los tejos, ¿lo recuerdas? Eras un ser fascinante, pura fuerza contenida. Si a mí la profesora de historia del Arte me aprobaba por carismática, según Luís –nuestro común amigo, el zalamero de la radio-, a ti el de Historia de América por explosiva. ¡Qué tiempos!
Elegimos caminos opuestos: yo el equilibrio, la seguridad. Tú la aventura y la intensidad. Te decantaste por la intensidad y te fue bien…, hasta que todo empezó a ir mal y por culpa de esa intensidad pasó del mal al peor… y la montaña rusa todavía no para de bajar por un precipicio sin fin…
Hoy te he hablado por primera vez de este blog y nada más he podido decirte... Sólo cabía escucharte, verte llorar, y disimulando llorar contigo… ¿De qué sirve que te diga que la vida es una mierda? Ni siquiera te puedo traspasar un gramo de felicidad, ni de optimismo…, es absurdo… Las ausencias, los fracasos, las desilusiones… Sólo puedo decir que soy tu amiga y que te escucharé siempre, y que te querré siempre, a mi manera, pero eso y nada es lo mismo. Mi sentido común, al que no quiero escuchar, ése que tú tanto elogias, me dice que no puedo sacarte del pozo en el que estás, que nadie puede hacerlo… Tal vez es el precio. Un precio desproporcionado e injusto, y peor aún, ¿el precio de qué? Si no tienes deudas… Si eres buena gente, Maribel, mi amiga querida.
Maribel, Dios…, ¡qué putada!

3 comentarios:

  1. Toda nuestra experiencia, todo lo que nos rodea, está asociado a algo. En mi caso, la navidad está bajo el yugo de la muerte. Toda la algarabía festiva queda sepultada por mi melancolía. ¿Dices que la navidad me duele? La navidad quema, la navidad pincha, la navidad mata. La navidad es la forma que tiene la vida de recordarme que nunca podré ser feliz.
    Sé que es duro para ti, sé que lo pasas mal en mi compañía, pero quiero verte, estar contigo aunque sean un puñado de minutos entre un océano de tiempo. Quiero estar contigo porque eres el único buen recuerdo que puedo hacer tangible, el único ángel de luz tenue que transita por las tinieblas de mi mente.
    Dices, querida amiga, que elegimos caminos diferentes. Esa elección, o mejor dicho esa posibilidad de elección, al menos para mi nunca ha existido. Somos lo que fuimos y no podemos ser otra cosa. Para ti el destino, fue, es un camino y tu vida son tus pasos. Para mi, en cambio el destino es un agujero negro que me engulle lenta pero irremediablemente y mis pies están atados.
    Quiero que cuando nos veamos me transmitas unos gramos de optimismo, pero eso es imposible. Quiero que hablemos de esos mediocres profesores universitarios, pero hoy solo podré llorar con lágrimas y con palabras. Ojala pudieras sacarme del pozo, pero como ya te he repetido en muchas ocasiones nadie puede hacerlo. Sí, es una putada.
    Solo quiero que me digas que eres mi amiga, que me escucharás siempre y que me querrás siempre a tu manera.

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  2. Mi querida soledad:
    Me dirijo a ti para darte las gracias por tantos momentos sublimes como me has dado. Quizás los pasos más importantes de esta vida han sido dados gracias a tu compañía. Recuerdo momentos perdidos y atrozmente dolorosos en los que, por arte de magia, tú me diste la solución. Alguna veces me has hecho llorar y otras reír por las tonterías que se me ocurren y que te cuento en secreto. Nunca te quise como te quiero ahora. Antes te detestaba y me revelaba conmigo mismo y con todo lo que me rodeaba como alma de perro callejero.
    Mi querida soledad: Hoy te amo como quiero todo lo que siento y percibo de la realidad. Tú sabes bien de mis angustias y temores; de cataclismos cuya curación se paga cuando aprendes de la sencillez de las cosas y de la nobleza que hasta el más criminal de esta vida lleva por dentro. Tú me enseñaste en mi dolor a madurar con lluvia de lágrimas delante del que me escuchaba y me recetaba. Hoy mi querida soledad, vuelvo a vivir como lo hacen los niños y no me importa que la gente me llame incrédulo y, de tonto, bueno. La visión de este camino que me tocó vivir quiero que sea el recuerdo de un gamberro juvenil que, aún ahora siendo bueno, nunca dejará la aventura de robar un tomate de las huertas de la Hoz.
    Mi querida soledad: ¿Eres tú esa voz tan personal que se lleva desde el nacimiento y nunca supimos escuchar? Creo que sí.

    Dedicado a la amiga de Sirena Varada. Todos nos merecemos lo mejor de esta puta vida.

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  3. Creo que fue en la película: "La pele" (la piel), en la que se dice una frase categórica: Nunca se está tan mal, que no se pueda estar peor. Esto es así, pero hasta en el peor momento ocurre el milagro del sol en la piel, y la brisa acariciándote. Yo me aferro a estas cosas, y son una tregua dulce para reponer fuerzas y buscar una salida. Sé que a veces es imposible no abandonarse a la desesperanza, pero siempre fingiendo, sólo fingiendo que es la definitiva; engañar a nuestro carcelero, para cavar sigiloso, con la punta de un alfiler, una ruta de escape a la tregua.

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